11.12.09

Yooooooooooooooo, yo, yo soy una pelotuda. Sí señores. Una pelotuda, que como toda pelotuda hace pelotudeces. ¿Pero quién me puede decir qué hacer pelotudeces no es divertido? Obvio, arriesgarse, es divertido, emocionante digamos. Pero tiene sus consecuencias.

Qué problema cuando no podemos imaginárnoslas.

Porque yo hago, total, "no me importa", o eso intento que los demás crean. "A mi ya no me interesa", no, claro, seguro Eugenia, te creemos. Y entonces hago experimentos, "a ver que pasa si digo tal cosa", "a ver que me contesta a tal otra", total estoy jugando.

Mierda que estoy jugando, no estoy jugando nada. Eso es lo que me gustaría.

Y a veces se me va de las manos.

Entonces ahí la empiezo a pasar mal. "¡No sabés lo que me dijo! ¡Qué hijo de puta! Y sí ¡hay que matarlo!"
Y sí, un poco habría que pegarle igual, porque él es un pelotudo que hace pelotudeces para ver que pasa, porque él juega tanto como yo.
Pero, la pregunta del millón sería:

¿Para qué jugar si después no te bancás perder?

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