Subconciente
Estaba esperándolo bajo el álamo con en corazón en la boca. Sabía lo que había tenido y que ahora no estaba y también sabía que nada de todo eso existía ya, que era parte de sus esporádios recuerdos, recuerdos que nadie más tenía y que a nadie le importaban.
Necesitaba gritar. Gritar, tal vez correr, escuchar música,
mucha música
y llorar. Sentía muchas cosas a la vez: ansiedad, nostalgia, y cada tanto desesperación, desasociego, inseguridad...
Pero no. Se limitaba a quedarse en su lugar, a mover el pie de vez en cuando, a mirar el reloj con la desesperación marcada en los ojos. Cada segundo que él tardaba confirmaba sus sospechas de que se había olvidado, de que nunca le había importado y sin embargo... se lo había prometido, le había dicho que iría...
Había pasado mucho tiempo y todo eso ya se había empezado a relativizar paultinamente. Su promesa yo no tenía el valor de aquél invierno.
Ahora era verano, pero así como no llegaba el calor tampoco se habían rendido sus ilusiones.
El tiempo pasaba demasiado lento y cada segundo era una pesadilla distinta, ya llevaba lo que parecían siglos de retraso y lo más probable era que no apareciera por allí.
Y poco a poco, se fue durmiendo en el sopor de la espera. Es raro, cuando se sueña que se sueña...
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
8.7.09
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