30.4.14

Do I wanna know?

"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al vesre. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto."

Los ojos me duelen por la falta de sueño. Mi cabeza está completamente fresca, pero ya se quedó sin nuevos pensamientos. Hace tal vez seis horas que la expresión es la misma. Hace tal vez días que las emociones en mi interior varían como los estados de la lluvia.

Esta noche la derrota invade todos los rincones de mi habitación. La batalla está perdida desde el comienzo, pero ahora cae sobre mis hombros con una frialdad demoledora. ¿Cuándo voy a dejar de soñar? Creo que por eso me resisto a dormir.

La soledad toma dimensiones desproporcionadas cuando el objeto en carencia es tan deseado. Siento como si estuviera sola y extrañándote desde siempre, y tal vez es así, tal vez siempre supe que no te tenía.

El vacío de ayer, la superficialidad y la falta de vida, le dejaron paso a una melancolía demasiado vívida, a un sufrimiento demasiado real. ¿No era lo que yo quería, que al fin alguien volviera en forma de noche de lluvia y cuentos y música y la parte de mí que se había ido?

No hay primavera en mi jardín, pero el verano es abrasador en esos instantes de credulidad en que me mirás y atrás de eso hay algo (una esperanza, un malentendido, una vacía e irrelevante expresión de tus emociones, una proyección calurosa de las mías). El invierno en mí es todo lo demás.




20.4.14

Ciudad de ánimas

Parece que hicieran siglos que te espero. Sentada en un banco de plaza, tamborileando mis dedos en el pasamanos de la escalera, contando los segundos que me lleva subir en el ascensor de regreso a casa y en el instante de verme ebria al espejo cada sábado por la noche.

Lo curioso es que no te conocí sentada en la plaza al levantar la vista de mi libro, ni en mis largos viajes en escalera camino al aula, y, por suerte, tampoco te vi por primera vez ebria después de verme al espejo. Es curioso, sí, que la primera vez que te vi en realidad no te haya visto a vos sino a alguien más. Lucías como si fueras una estatua, un monumento rígido y estoico que hablaba de mí, con voces de pasados y recuerdos. Y como todo lo que me traías a la mente, la primera vez que me viste, tu mirada no se posó ni un segundo en la mía y seguiste de largo, enfrascado en tus pensamientos y en tu propio presente.

En realidad, todavía te espero en las plazas, en las escaleras y en los ascensores y ojalá algo te trajera hacia mí algún sábado por la noche. Todavía espío entre las mesas y entre los árboles con sigilo, deseando ver el brillo de tus ojos dirigiéndose hacia mí, reconociéndome entre el tumulto. Imagino que sabés mi nombre, que estás contento de verme, que tus besos de bienvenida me reciben cada día con más entusiasmo.

En algún lugar de mí, sé que mis esperanzas son vanas y que seguramente estás con ella, cualquiera sea su nombre, ella que nunca te ha soñado de los libros como yo. Disfruta tu presencia y en su interior esta realidad es casi mundana, casi desprovista de toda magia y de todo el misterio que es en realidad que estés allí, tomándola de la cintura y hablándole al oído.

Pienso también aquellos que son tus amigos,  tan acostumbrados a verte semanalmente como yo a esperarte con la vista perdida. ¿Saben ellos acaso algo de vos y de mí?

¿Saben, entonces, cuando venís? Porque sé que al final llegás, cuando sabés que no te espero, y no sé si sabés mi nombre, pero tu sonrisa me dice que estás contento de verme y que hay un lugar que es tuyo en todos los bancos de plaza, en todos los pasamanos, en todos los ascensores, en todos los bares y en todos los recuerdos que te evocan allí.






3.4.14

Invitation to the blues



Ella estaba sentada en la barra, revolviendo por inercia su trago, con la vista perdida, añorando el calor que sentía sobre su espalda desnuda cuando él se acercaba con sigilo por entre las mesas del bar y se apretaba a su cintura.
Extrañaba voltear lentamente la cabeza y ver por encima de su hombro aquella sonrisa que le infundía seguridad. Extrañaba también el pestañeo lento de sus ojos, el encogimiento de placer de sus omoplatos, aquel ritual de bienvenida silencioso que se daban y aunque fueran segundos, ese calor, la mano, el pestañeo, la sonrisa y el leve temblor lo eran todo en ese bar.

Ahora ella estaba helada y una sensación de parálisis recorría su espalda. El miedo que había sido su aliado en la expectancia y los alientos contenidos cuando todo aún estaba a tiempo de suceder, hoy mostraba su rostro frío. El miedo hoy era gris desesperanza y respiraba su aliento de hiel sobre su expresión congelada.

¿Acaso existía en el mundo de abandonar la silla?

Abandonarla era dejar de esperar y aceptar que las mayores sensaciones que el tiempo le hizo amar ya no volverían a despertarla con una caricia tibia. Si esa silla ya no existiera su pasado de felicidad se borraría en un segundo y las débiles sogas que la ataban a aquella sobrevida, a aquél sueño en colores, se cortarían como manteca. Seguir petrificada en la barra era la noche desnuda sobre el sucio pavimento, era el mismo viento de la calle abandonada, era la cama vacía y la ventana entreabierta. Los ojos le dolían de tener la vista fija, el rictus de sus labios no sentían ya el roce del cigarrillo apretado entre sus dedos, ni el del alcohol dando vueltas en su copa, ni el de otros labios que no nacieran del recuerdo. Sus manos, tan alejadas de un abrazo y de revolver con ternura su cabello no encontraban su lugar en la escena y lentamente palpaban las llaves en su cartera.

Sería entonces abandonar la silla solo por esta noche, caminar sobre el sucio pavimento, cruzar la calle abandonada y yacer estática sobre la cama vacía mientras una brisa helada se colara en su ventana entreabierta hasta que la mañana durmiera su desesperación muerta, la hiciera olvidar de algunas desesperanzas que la horrorizaban y la preparara para la próxima silla, para el próximo pasado oxidado de bar y el próximo beso de despedida que vivía todas las noches.

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