11.12.14

La situación es indescriptible. La incomodidad nace desde el pecho, me baja por el viente, me sube por la espalda, me rodea los brazos. Hay un cuerpo que me sobra, que no es mío. Hay una voracidad desenfrenada, una impaciencia deslocalizada. ¿Quién está del otro lado? No puedo mentirme, todo lo bueno no alcanza si todavía me faltás vos.

Te odio. En un mundo sin expectativas, en un mundo de amores realistas y palabras sinceras, a vos te odio más que a nadie. Creo que sos la fantasía, lo inverosímil, la expectativa muda, la esperanza disfrazada de desesperanza. Sos todo lo que le falta al mundo de lo saludable.

Qué envidia que le tengo a la que no te quiera y sólo así pueda tenerte. Conozco la situación, ay, la conozco.

¿Pero acaso ese placer sería el mismo si yo fuera ella?

No.

Yo soy ella. En otros brazos, en otros besos, en otros cuerpos, ella soy yo. Y él nunca es vos. No se siente como vos. Es demasiado saludable para ser vos.

Hay depresiones que se sobreviven pasándolas en la cama. Hay depresiones que existen sólo en el mundo de la lobotomía del frenesí. Yo vivo en la depresión de la abundancia, pero por dentro tengo la cabeza enterrada en la almohada. Por dentro desearía no tener que matar todos los días cada sentimiento idiota que me invade para nada, que me sube hasta el pecho como una burbuja de aire inútil. Y hay que aplastarla y tratar de que ocupe menos espacio, pero como no se puede simplemente está ahí, haciéndome a mí misma, obligándome a sacrificarme, a tratar de dejar de ser.
Es tan equivocado ser yo. Tan equivocado.

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Esta noche, buscando tu boca en otra boca,

casi creyéndolo, porque así de ciego es este río

que me tira en mujer y me sumerge entre tus párpados,

qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor,

sabiendo que el placer es ese clavo innoble

que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar

ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas

ni esperanza

Solo, en mi casa abierta sobre el puerto,

otra vez encontrarte en el café de la mañana

sin que tanta cosa irrenunciable

hubiera sucedido.

Y no tener que acordarme de este olvido que sube

para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos

y no dejarme más que una ventana sin estrellas.

After such pleasures, Julio Cortázar

9.12.14

Another mindless crime, behind the curtain, in the pantomime



Andrés, a la sombra de sí mismo. Una sonrisa, mirada al suelo, un leve balanceo. Tal vez una broma. Andrés in the spotlight, no se reconoce. Clara, presa de sus fantasmas. Sus labios tiemblan, no se encuentra en su voz. Ojos vidriosos, manos húmedas. El rictus podría ser de bronca. Enojo de sí misma.

Andrés atiende el celular, y con la otra mano fuma. Tira la cabeza hacia atrás, ríe. En su pecho se pregunta porqué. Clara hurga en su cartera, los dedos son ligeramente imprecisos. Mira la hora, escucha los latidos de su corazón. Andrés la mira alternativamente. A ella, al piso, le sonríe a la pared, a ella.

Oscuridad.

Vibra un celular. Andrés no mira. Clara siente un escozor frío bajándole por la nuca hasta el final de la espalda.

Oscuridad.

Andrés toma una cintura, huele un perfume. Andrés sonríe, se muerde levemente el labio inferior. Un cabello cobrizo y abultado de mujer lo cubre, unas caderas redondeadas cubiertas por un vestido negro lo hechizan. Sus dedos tocan levemente unos muslos, se pasean por una espalda desnuda. Recuerda y el recuerdo se trasluce en sus pupilas.

Oscuridad.

Una luz. Clara, su mandíbula tirita un poco. Sólo se puede ver a la luz impactando suave y azulada sobre su perfil. Su piel es tersa, su nariz, grande y recta. Un mechón lacio y rubio cae sobre su frente. Luce desvaído. Le falta el rojo, le faltan las ondas. Tal vez a su cadera le falten las curvas.

Dos caídas de párpados. Algunas luces se pasean tontas por la sala. Van y vienen, ensombrecen e iluminan sin ningún propósito. Sientan escenas, retiran escenarios. Clara sigue sentada. Andrés toma su celular con una mano. Con la mano libre, busca a tientas la pequeña cintura que lo acompaña.

- Clara, vamos - le dice una voz cálida
- Andrés, vámonos  - le dice una voz aterciopelada

- Clara, ¡por favor! - insiste
- Andrés... dale - sugiere

Clara mira hacia la voz. Andrés se hunde en el cabello perfumado y besa un cuello.

- Sí... - se resigna
- Sí... - acepta acompasadamente

Las luces iluminan la escena de repente y un ruido sordo de sillas que se mueven completan el cuadro. Andrés busca a tientas una pared y apresa a la figura que se entrelaza a su lado. Se interna en un beso con los labios, con las manos, con las piernas. Se interna en una intimidad de tumulto y ojos que acompañan a las luces.

Clara toma su abrigo, sonríe forzadamente, abraza distante a su amiga. Mira y no puede dejar de mirar. Baja la cabeza, pero no puede dejar de mirar. Tantea su celular, mira la hora, pero en realidad no ha dejado de mirar.

Por un segundo se cruzan. Andrés miente. Clara lo espera. Andrés finge concentración con todo su cuerpo, pero sus ojos la miran. Clara sabía que aquello iba a suceder.

Su corazón late desenfrenado. Ojos celestes, ojos pardos. Las miradas parecen estar sostenidas por un hilo invisible. Tenso. Fuerte.

Clara ya puede dejar de mirar. Clara no puede seguir mirando. Andrés miente. Andrés finge no haber mirado nunca.






But even if you had it all, you would find you blow it all away


Imagínensela a Sabina con Franz. Imagínensela con todos sus amantes, rodeada por la levedad. Véanla sin Tomás, ¿quién diría que eso no es bueno para ella?
Piensen en los dilemas del no ser grave, en los dilemas de la abundancia, en los dilemas con peso de pluma. ¿Sabina elegía la levedad? ¿Sabina elegía no ser como Teresa?

Algún día Sabina fue Teresa, pero no estaba de acuerdo con ella misma. Teresa no se gustaba, Teresa (y lo sabemos bien) quería ser Sabina. Si algún día Teresa lo hubiese realmente logrado, hubiese reprogramado su esencia y se hubiera librado al hedonismo simple, al tenerlo todo... ¿hubiera sido feliz?

¿Ser Teresa será una necesidad ancestral? ¿Una manera de aferrarse a la supervivencia de la especie, a cierta paz de la mente en las estructuras que nos dan seguridad? ¿Podrá un solo individuo recoger para sí mismo sus más altos ideales, sus ideas más acabadas? ¿Cuál es el precio más alto a pagar: los otros o uno mismo? ¿La gravedad ajena o la propia liviandad?

Todos están mirando. Ninguno existe fuera de mí. Pero tal vez sea peor tenerlos adentro mío. Adentro mío, retándome, diciéndome que debería tener vergüenza, que estoy albergando una extraña enfermedad, una infelicidad encubierta, un cinismo con forma de libertad. "Tu indecencia nos envenena, que te salgas de tu molde nos confronta... Y vivimos adentro tuyo, no te olvides".

Déjenme. Yo no soy todos más de lo que soy yo. Quiero mi propia ilusión de individualidad. Quiero ahorcar la culpa. Hacerla desaparecer. Esos demás, pueden morirse. No son nadie.
Y yo, ahora sola, extraño un poco la gravedad, el sentido trascendente impreso en cada paso, un destino que se anuncia, una forma que le canta a la esencia de algo soñado, de algo predicho... Yo, ahora, sola, creo que sigo necesitando a Tomás (pero ya lo maté).

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