24.6.14

Despertar, otra vez

¿Sabés por qué lo sé? Porque tiene esa suerte de lugares preferidos (recovecos, diría yo), a lo largo de toda la ciudad. Uno se da cuenta cuando alguien siente el lugar a dónde lo está llevando, se puede presentir la proximidad en su rostro, en sus pequeñas indicaciones (como cuando al enseñarme aquel parque, inevitablemente quiso llevarme hacia su árbol, bajo su sombra de mediodía, con la cabeza expresamente mirando a la fuente pero que un poco también se vieran los niños en las hamacas). ¿Sabés por qué lo sé, también? Porque la lluvia estimula su memoria y lugares ordinarios se transforman en recovecos nuevos, y porque, aunque se queje, conoce la magia de que el lugar sea tan sólo un paraguas y cuatro zapatos embarrados.

Por esas cosas sé que su mundo existe y vive en su interior, al igual que todas aquellas cosas que aprendemos de niños y nos sentimos obligados a repetir todas las veces, como no pisar las líneas del piso o repetir todo el abecedario como si fuera una canción cuando deseamos ubicar las letras. Así de la misma manera pueril existe en él un recordatorio sobre él mismo, casi como un cliché. Lo veo sufriendo día a día el desarraigo paulatino de su mundo, a manos del otro mundo, el de las expectativas, el de las grandezas ostentosas y ficticias. Resulta entonces ser, que las almas sutiles como las nuestras son como pétalos, si uno apenas ejerce presión se destiñen y deshacen en la mano, y a los días no son más que láminas marchitas y quebradizas, despojadas vilmente de su aroma, incapaces de renacer.
Son almas como las nuestras las que viven quiescentes todos los días, para, de vez en cuando, cuando el viento sopla en la dirección indicada, emanar todo su aroma impregnante y escabullirse otra vez entre los pliegues de la ropa, pero no sin dejar a su paso la sensación de que ese alma de siempre, viva y muerta por todas las circunstancias, nos ha mostrado algo nuevo, nos ha señalado un horizonte profundo donde explorarán nuestras nuevas cavilaciones cada vez que recuerden al aroma.

Pero a veces el viento no sopla en mucho tiempo y nuestras cavilaciones se olvidan de la flor y de sus pétalos. La gente con su paso distraído de a poco va corrompiendo su existencia olvidada por nosotros, y una noche, cuando nos sentamos por primera vez después de todo el día en nuestra cama, descubrimos que la flor ha muerto y sus pétalos han sido arrancados y aplastados.
Lejos de lo que todos piensan, al menos nosotros no somos lo que hacemos. No somos lo que érraticamente llevamos a la acción para aparentar ser lo que no somos, y no somos ni siquiera nuestros planes y objetivos agolpados ansiosamente contra el portal engañoso del futuro. Tampoco somos nuestras convicciones, construcciones románticas de héroes y batallas inventadas por los siglos, surcadas por los contornos de Narciso y bendecidas por la divina trascendencia que nos ampara y nos consuela. Al final del día y sentados en la cama, descubrimos, no sin pesar y desasosiego, que sólo somos aquella flor olvidada, aquel viento de primavera y aquel aire renovado a su alrededor.

Es un pequeño escalón el que nos separa de nosotros mismos y de la felicidad de encontrarnos perennes bajo las máscaras y los cambios, cada vez, en cada esquina, en cada beso y en cada piel, en todas las sonrisas y en el calor del sol sobre nuestras espaldas.
Y sobre el escalón, la flor.
Y junto a ella, la promesa fiel de su belleza, siempre y cuando sepamos tocarla con cautela y esperar al viento que revele su voz.

...

Sentada junto a la fuente que ya es mía del parque que siempre será tuyo, confío en el viento y en dos miradas que se encuentran.

Cette folle tentation

J'ai tant escamoté - Zaz

J'ai tant escamoté, l'angle des parapets. De mes incontournables et de mes indomptables. Dédicacé mes nuits, et levé les poignets sur les comptoirs luisants de flaques innombrables. De chagrins sans marée, de mensonges enjambés, des marais de promesses, non moi je n'en veux plus. Juste que disparaisse, le goût du survécu et que des alibis, je me déshabitue.

Et pour qu'on intoxique mes veines assoiffées, je vous tends ma chemise, baisse mon pantalon,. Je suis nue comme un vers, et je remplis d'hiver. Cette folle tentation, qui gèle mes frissons.

Aux phares sans lumière, je me suis accrochée et gravée sur ma chair au cuir désespéré. L'encre de mes chimères, celle de vos baisers tarie dans les ornières de mon identité. Les fugues sans frontière, les refuges obtus, l'alphabet du bréviaire, non, moi je n'en veux plus. Je confesse à ma bière tous ces malentendus. J'avoue à la kermesse mon paradis perdu.

Et pour qu'on intoxique mes veines assoiffées, je vous tends ma chemise, baisse mon pantalon. Je suis nue comme un vers, et je remplis d'hiver, cette folle tentation, qui gèle mes frissons.

J'ai tant escamoté l'ange de ma liberté. De mes incontournables et de mes indomptables. Que les angles du ciel, ceux de la charité ont lu dans mon regard l'aurore insurmontable. De mes lambeaux de larmes, de mon cœur ébréché.
Du souffle et de sa panne, non, moi je n'en veux plus. Je dissous mon absence, je renais en silence. Je serre tout contre moi, le saints du porte-clé.

Et pour qu'on intoxique mes veines assoiffées, je vous tends ma chemise, baisse mon pantalon, je suis nue comme un vers, et je remplis d'hiver. Cette folle tentation, qui gèle mes frissons.
Et pour qu'on intoxique mes veines assoiffées, je vous rends ma chemise ivre de liberté. Je délaisse l'hiver, je laisse à l'abandon, cette folle tentation qui gèle mes frissons.

3.6.14

Errante XII

Entonces, un arma en la casa de su novio y ella, sólo con sus huellas, un disparo certero en la cabeza, al cuerpo se lo encontró yaciendo apaciblemente en la cama, boca arriba. Ninguna carta de suicidio, pero sí una a documento en el cajón de la mesa de luz. Era extraño que alguien se disparara a la cabeza recostado en la cama, pero no había pruebas fehacientes de que alguien más hubiera tocado el arma. El novio ya había sido interrogado y permanecía como el único sospechoso. Según había dicho, él se encontraba en Edimburgo por asuntos familiares en el momento del hecho.

Sólo restaba echarle un vistazo al cuerpo. Lo escoltaron hasta la morgue dos policías y le indicaron que buscara al Dr. Wellson. Así hizo.

La morgue olía a desinfectantes y alcohol, podía ver a lo lejos una única camilla ensombrecida por la baja iluminación y difusa por su propia vista miope. Sin embargo, el cuerpo de la joven era ampliamente perceptible bajo la sábana. Darse cuenta de esto hizo que se le revolviera el estómago. Pensó en un breve y arrollador instante, que no habría forma que el caso le gustara lo suficiente como para sortear ese momento.

El Dr. Wellson era un hombre de apariencia afable, estatura mediana, ojos pequeños y cabello rubio entrecano. Pudo notar sin demasiada dificultad los nervios en la cara de Santino, y sonrió para infundirle confianza.

- Mr. Porta, nice to meet you - le dijo el hombre mientras le estrechaba cordialmente la mano - I have been told you are from Argentina as well.
- Eh, yes. I am from Buenos Aires, sir.
- Are you related to the victim? - preguntó el doctor con curiosidad pero sin abandonar su postura relajada.

En ese momento de un parpadeo un poco más largo de lo normal, de una pequeña revelación frente a sus ojos con baja definición, Santino percibió que sólo podría contestar a esa pregunta negando con la cabeza. La atmósfera del lugar estaba comenzando a causarle náuseas. Sabía desde la noche anterior que aquello no sería fácil, y comenzaba a darse cuenta que nunca había dejado de resistirse a la idea.
Ahora que estaba allí, intentando concentrarse en que esto sería sólo como un trámite, las curvas de esa mujer bajo la manta no lo dejaban en paz. Se sentía como un niño caprichoso y particularmente cobarde.

Se suponía que esta noticia era su gran oportunidad de ser un periodista serio y avocado a la investigación... ¿qué carajo le pasaba?

- Are you okay, Mr. Porta?

Se sentía muy débil. Sino se concentraba fuertemente le ganarían las ganas de vomitar. Desde el extremo de la sábana se asomaba la planta de un pie y un dedo. Estaban claramente rígidos y descoloridos y lucían mucho más escalofriantes que cualquier extremidad que hubiese visto jamás. A su mente vinieron todos sus muertos con ojos cerrados en cajones de salas velatorias. El tinte amarillento del rostro de sus abuelos, de su profesor de secundaria que había fallecido sorpresivamente a los cuarenta años, e incluso rostros que no había visto jamás; todos se aparecieron de repente ante sus ojos haciendo hervir de ansiedad en su mente la idea del rostro de aquella muchacha de casi treinta y sonrisa brillante.
La sola imagen lo horrorizaba y lo hacía sentir terriblemente perturbado... y no era más que un dedo del pie.

Intentó comunicarle alguna de sus sensaciones al Dr. Wellson o por lo menos expresar que estaba un poco descompuesto allí encerrado. Sin embargo, abrir la boca fue un trabajo complejísimo que no llegó a concretar.

Se había desmayado.

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