19.8.14

Errante XIV

 
- Hola, Ari - dijo Santino alargando la 'o' pesadamente. Se lo escuchaba cansado y desmotivado. Ariana no lo notó inmediatamente, porque ella misma se sentía también de esa manera. Los días le resultaban aplastadoramente aburridos desde que Santino no estaba con ella.
Y no tenía sólo que ver con su ausencia. Intentaba llenar todos los espacios vacíos de su día (desde que salía del trabajo a las tres de la tarde hasta que se iba a dormir) y ello le resultaba una tarea particularmente agotadora. Se había inscripto a yoga los martes y jueves y los viernes por la tarde iba a tomar algo con sus amigas. El resto de los días sólo se dedicaba a limpiar aquí y allá el departamento que cada vez le resultaba más grande, pasar tiempo con Fito, su perro caniche, y hablar con su madre por teléfono.

Las mujeres de su vida: su propia madre y sus compañeras de trabajo, no dejaban de remarcar las inquietudes que le generaban ciertos detalles de la nueva vida de Santino en Inglaterra. Con la elegancia de toda mujer, dejaban caer casualmente en la conversación una insinuación certera y fatal que no sólo daba espacio para la aparición de mil dudas en su cabeza, sino que en aquellos mismos comentarios esbozaban todas sus respuestas.

'Está bien que tengas tu espacio, ami. Que salgas con nosotras, bailes, te diviertas. Olvidate un poco y confiá', le había dicho una de sus amigas el viernes anterior, no sin luego agregar: '...que si él está con otras mujeres allá no te vas a enterar, e igual va a volver y casarse con vos. Dejalo fluir.'

Santino le repetía una y otra vez que sus únicos roces sociales eran en la oficina y que en su mayoría eran hombres casados y mayores que él. Con toda la inocencia que lo caracterizaba cuando quería ser convincente, le aclaraba que sólo iban a tomar cerveza después del trabajo y que él se aburría porque con el cansancio no se le daba muy bien el slang británico. Y ella le creía porque sonaba tan cierto en ese momento, con su risa aún juvenil del otro lado de la línea y su 'mi amor' presente en todos los finales de todas las frases. Entonces sonreía, se decía para sus adentros que era una tonta por la paranoia, y una sensación amarga e inexplicable se iba apoderando de ella hasta que finalmente se iba a dormir.

- Mamá pasó a buscarme por el consultorio hoy y la acompañé al médico. Le dijeron que no era nada, así que estamos tranquilas. Después de eso fuimos a la casa de Cari, que cumplía años. Hizo unos licuados de kiwi y banana riquísimos, algún día cuando vuelvas, te preparo para que los pruebes - comenzó a hablar para disimular su propio estado y acusar la mayor normalidad posible.

- Ah... - Santino prolongó un silencio incómodo, antes de agregar - No tuve un buen día hoy. No... no me siento bien, perdón.
El corazón de Ariana comenzó a latir desesperadamente. Se sintió avergonzada y tonta. Suspiró con cansancio y antes de que pudiera responder algo, su novio retomó con un tono algo más apaciguador y dulce:
- ¿Mañana hablamos, dale? -

- Dale, Santi... me dejás preocupada.
Pero sin más respuestas, sintió a Santino colgar la llamada.

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Estaba increíblemente taciturno desde que se había desmayado en la morgue. Se sentía incapaz de llevar adelante lo único que debía hacer bien: completar la investigación, presentarla como trabajo final y llevarse una excelente calificación por parte del equipo de Teresa Iribarren. Luego de despertarse en la oficina del Dr. Wellson y que éste le ofreciera un té, se había dirigido cabizbajo a la oficina de redacción con la intención de recoger sus cosas y no hablar con nadie en todo el trayecto.
Lamentablemente le había sido imposible pasar tan desapercibido como pretendía y la gente lo saludó a su paso como si su traje fuera fluorescente. Absolutamente todos los que podrían haberse detenido a intercambiar palabras con él lo hicieron, y las miradas que le daban eran particularmente intensas e inquisidoras.
Cuando finalmente logró sortearlos a todos y llegar a su escritorio, se encontró con la media sonrisa de Pam y su collar de cuentas rojas acercándose hacia él. Suspiró en resignación y miró hacia sus carpetas. No quería que le preguntara como le había ido en la morgue.

- It's ok. Doesn't it look like a good day, huh? - preguntó ella al pasar, tomando registro de su clara intención de evitarla.
- It definitely isn't a good one. Sorry. See you tomorrow, I guess.

Pam volvió a sonreírle comprensivamente y no preguntó más. Santino se sintió apoyado en esa semisonrisa y le agradeció tácitamente que no agregara ningún comentario. También le sonrió y le apretó suavemente el hombro como gesto de despedida.

El subte estaba más vacío que de costumbre y llegó a su departamento mucho más rápido que otras veces. Le tocaba su llamada diaria a Ariana, pero ella no era la excepción. No quería hablar con nadie y sabía que las palabras de su novia intentando alentarlo no ayudarían. Sólo aumentarían la sensación de incapacidad y frustración. La conocía perfectamente y aunque le costara admitirlo, Ariana sólo se quedaba con la parte superficial de todos los asuntos. Sus respuestas, aunque se esforzaban por ser cálidas, sólo contenían un cúmulo de frases vacías y nerviosas. Ariana necesitaba recibir afecto hasta cuando se esforzaba por darlo, pensó Santino. Volvió a sentir una amarga sensación de pena por su novia. Luego pensó en la media sonrisa de Pam. Aquella muchacha parecía haber comprendido la situación a la perfección. Sus pómulos habían dibujado su mirada gatuna bajo los anteojos con un brillo intrigante.

Cuando terminó la breve llamada y estaba solo por fin, su cansacio y su alivio cayeron como una piedra en su estómago y se venció sobre una de las sillas del comedor. Tenía en sus manos la carpeta con la foto de Victoria Deneuve, aquella pobre argentina con una muerte tan extraña. La miró profundamente a los ojos y vio en los de ella una tristeza difícil de clasificar. Una extraña melancolía, un descreimiento agotador. Suspiró otra vez.

4.8.14

Manual de caprichos, obsesiones varias



El amor tiene cara de fotografía tomada una noche cualquiera, en un gesto espontáneo, en una sonrisa sonámbula. El amor tiene cara de un mensaje de pronto, de dos mentes que se acercan y se encuentran por sorpresa, de una risa de costado.
El amor se encuentra de repente, en una mirada de soslayo o en un par de ojos que miran a otro par fijamente por instantes eternos, a la vista de todos, a la comprensión de nadie. El amor se halla allí, en el pequeño espacio entre dos bocas, en el calor de una mano sobre una espalda, o una cintura.

Está en todos lados cuando tus palabras corresponden a las mías y tu risa es sincera y leal. Cuando el cansancio no nos gana, cuando tenés miedo, porque sabés que estoy cerca, porque sabés que estás cerca.

Son muchas las ciudades y las luces que me llamaron a pensarte. Las esquinas se sucedieron y los kilómetros siempre se contaron de a cien, las fotos siempre fueron de noche y hubo algo en la sonrisa que no pude dejar de ver.

Hubo ojos pardos, celestes y negros. Hubo charlas, cafés y cerveza. También hubo soledad en compañía de una foto, un cuaderno y melodías encadenadas.
Desesperación.
Patetismo.
Malestares.

De repente no escuchabas bien por la música y pegaste tu rostro al mío mientras me acercabas, tan pequeña como era yo, a tu cuerpo. No pude evitar sentir el calor de tu cuello mientras te aferraba. Tu mejilla paseó varias veces por el contorno de mi boca.

Estabas feliz y reías, hablabas con muchos a la vez, y en varios idiomas. No podías resistirte a los encantos de nadie, pero algo nos hizo quedarnos a solas y que sólo me vieras a mí. Tus ojos felinos brillaban en la noche, pero vos decías que la luz provenía de mi sonrisa. Entonces yo sonreía y te dejaba recorrerme. La penumbra era aún suave cuando dejaste de mirarme y el brillo de tu mirada celeste se proyectó fría y lejana hacia otro lugar.

Nos conocíamos desde hacía años. El enamoramiento confuso y absorbente había dejado en su lugar un amor muy reposado y afectuoso. Tus dientes parejos y el increíble arco de tus cejas permanecían idénticos a pesar del tiempo. Siempre tu pelo cayó sobre tu frente con una gracilidad única, y siempre tus labios fueron rosados y carnosos, tus caricias delicadas y tus sinrazones encontraron su lugar entre las sábanas. Te miré con ternura, te acaricié la piel tan tersa y te dejé ir, con la certeza de amarte por eso mismo, más que nunca.

Me miraste con los ojos llenos de lágrimas. Tu perfume no me dejaba pensar, nunca eras el mismo sin él. Sabía que iba a extrañar que me tomaras fuertemente de la cintura y que todos tus movimientos fueran tan precisos como si vivieras tus caricias a través de mí. Sabía que iba a extrañar al sol de la mañana entrando por la ventana y descubriéndonos tan cerca. Con tu brazo sobre mi cadera y tu respiración sobre mi cuello expectante. Incluso mi cabello despeinado y mi media sonrisa de resignación no tendrían sentido una vez que te hubieras ido para siempre.

Pero ya tenías otro rostro desde hacía tiempo. Eras tan alto que no admirarte a la distancia y en silencio era imposible. Cada una de tus pecas estaba ubicada en el lugar exacto y todas ellas bailaban al unísono cuando me mirabas e inesperadamente sonreías. Eran tus ojos los que me encontraban en la distancia, y tus palabras en cada rincón del laberinto de mi mente. Y sin embargo, no podía más que mirar al piso y contentarme con una sonrisa a medias, con el calor de dos cuerpos bajo la lluvia helada.

Extrañé sin querer el tiempo en que decías que yo era distinta, que si pudieras quedarte, te enamorarías de mí sin dudarlo. Eché de menos los besos extraños y mis ojos negros intentando corresponder a tu mirada que aún no perdía la esperanza. Tengo mil libros con tu nombre, pero no puedo recordar el que me dijiste aquella vez, aquél por el cual jamás debería olvidarte.

Pero no te he olvidado, ni a vos ni a tus mil rostros, a tus mil colores. No es justo decir que te espero, porque siempre estás en algún lado, en alguna mano, en algún montón de letras que se las arreglan para ser nombre. En una historia, en un recuerdo, en un repentino volver a despertar.

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