21.6.13

Me quiero de vuelta II

Hoy fui a la casa de Mariano a comer comida mexicana,
y como buena charla de mesa, no faltó hablar de religión.


Resultó haber una atea muy enojada con las religiones y una católica bastante ofendida con lo que se estaba diciendo, en el mismo lugar. Resultó una discusión bastante acalorada y varios intentos por resolver la situación. Opiniones, gritos, 'sí, tenés razón', 'me ofendés', y bla bla blás.
A la Eugenia de siempre le encantan esas cosas. Siempre se hace espacio para agarrar la manivela aunque sea un momento y se mete de lleno en sus convicciones. La Eugenia de siempre, o la de hace un par de años al menos, no dudaba en saltar contra la iglesia y profesarse atea, estar enojada con los católicos y despotricar contra el fanatismo. Tampoco le molestaba tener que repartir algunos comentarios hirientes si era necesario, distribuir polémica y quedar encolerizada con el que decidiera llamarle la atención.
Pero hoy esa Eugenia no estaba, y hace mucho que no está.
Hoy a Eugenia la religión le parece una pelotudez, sí, pero ya no le interesan los agnósticos y los creyentes. No cree, en ninguna parte de su ser, que estén hablando de algo medianamente profundo cuando citan a Dios (al ser imaginario de las nubes, o al padre protector). La Eugenia de ahora, sabe que nadie ahí se había aproximado alguna vez a pensar en el concepto de Dios, de religión o de verdad. Sabe que la antinomia ciencia/religión es bocadillo para los opinólogos y para los fanáticos de una y de otra (así como también es consciente que estaba en una mesa rodeada de simpatizantes acérrimos de la primera), y sabe también que esa puja no tiene sentido cuando se llegan a esas preguntas en las que todo amante de un método o de un dogma, todo fiel creyente de la fe o de la evidencia, no pueden responder.
Hoy Eugenia está muy lejos del dolor de vivir oprimida por las reglas estúpidas de una escuela católica, de la bronca infantil y rebelde por el Señor de las Nubes, y por los hábitos inconcebibles de vida de los que habitan "bajo la fe".

Otra cosa que ya no la mueve y tuvo mucho lugar en la discusión, es ese pequeño peldaño tan frágil de la moralidad de las leyes. La moral se volvió algo tan flexible que desapareció en su vida, reduciendo su existencia a un conjunto de letras vacías, usadas por personas que dan demasiadas cosas por sentado; y las leyes se volvieron algo pequeño y deleznable, gracioso, como un ídolo de goma. ¿Es un argumento decir que está mal porque no es legal? ¿En serio, qué bondad irreprochable le estamos endilgando a las leyes humanas? ¿El juicio de quién enuncia la moral superior? ¿A quién mierda le importa todo eso?

Y todo eso pasaba por su cabeza sin hacer el ruido que hace ahora, como si en realidad no estuviera allí. No podía, porque en serio le era imposible, estar de acuerdo o disentir con alguien en ese lugar, si ni siquiera era capaz de coincidir en los conceptos que ya daban por sentado y usaban todo el tiempo para hacer entender sus irrevocables puntos de vista. ¿Cómo empezar a decir que estaban poniendo el punto final a una torre de naipes? ¿Dónde terminar un argumento así?
Un poco todavía sentía simpatía, un calor casi nostálgico, por el partido ateo, especialmente porque el bando contrario exhibía su kitsch de siempre, tan tendiente al sentimentalismo y a vedar todo argumento con el protocolo de los 'orgullos' y las 'ofensas'. Un poco, sí, pero no el suficiente como para decir una palabra, ni como para considerar apreciable alguna de las palabras repetidas, tan incansablemente repetidas que se reproducían allí.
Para ella esa discusión se había terminado hacía años.
Para mí, quiero decir, estas cosas ya no tienen más un negro y un blanco.

Todo se convirtió en una lente, tras una lente, tras una lente, que me permiten ver cientos y miles e infinitos grados de complejidad hacia adentro y hacia afuera de cada cosa, de cada supuesto atómo y de cada inabarcable universo. Todo, todo, tras la lente frenética que no me deja seguir hablando, que corre más rápido que las palabras y ya no me deja la paz de estar convencida de algo por un rato más.
La duda que no es metódica y no conduce ni busca a ninguna verdad, pero me impide estar relajada en la meseta de las cosas claras, y me obliga a relativizar tanto todo que ya nada es importante con respecto a nada, ya nada es, en todos los tiempos y en todos los casos, sino que cada pequeño gesto, sonido, concepto, sensación y palabra son abhängig, se relacionan caóticamente con todo y lo son todo y no son nada en mi mente y ya no importa y ya quiero estar tranquila y no me vengas a preguntar qué creo en la vida,
porque no creo nada,
no sé nada,
y me di cuenta que nada es realmente relevante,
y aunque me esté muriendo, porque es necesario un cosmos,
ya no puedo volver atrás.

Ya no puedo fijar el trípode y ya estoy lejos, muy lejos. Lejos de todo.

20.6.13

Me quiero de vuelta

El hueco que dejaste en mí, soy yo.
Y ahora estoy vacía.
Aunque no vuelvas, quiero volver a ser. Aunque nunca vuelva a escuchar tu nombre, quiero poder escuchar un nombre que me estremezca y me haga desear. Quiero poder voltear a sentir el viento y emocionarme con la brisa, quiero sonreír a medias y en secreto al pensar en alguien, quiero abrazarme a ilusiones cotidianas, a pasiones renovadas, a futuros que me impulsen a buscarlos.

Si no te vuelvo a ver, al menos quiero verme.
Me resisto a creer que yo sólo era si era así, con tu ausencia siempre presente, con la espera y la esperanza añejada, que yo era sólo en la ilusión.
¿Qué quedó de mí? ¿Por qué te llevaste más de lo que te correspondía? Ni siquiera sé dónde descansa el dolor que me agobia, si de mí sólo hay cáscara y no siento nada y ya no me importa quién, ni dónde, ni cómo.

¿Cómo? Si aún así, sólamente sé llorar.

6.5.13

De mujeres de ojos grandes

La tía Daniela se enamoró como se enamoran siempre las mujeres inteligentes: como una idiota. Lo Había visto llegar una mañana, caminando con los hombros erguidos sobre un paso sereno y había pensado: "Este hombre se cree Dios". Pero al rato de oírlo decir historias sobre mundos desconocidos y pasiones extrañas, se enamoró de él y de sus brazos como si desde niña no hablara latín, no supiera lógica, ni hubiera sorprendido a media ciudad copiando los juegos de Góngora y Sor Juana como quien responde a una canción en el recreo.
Era tan sabia que ningún hombre quería meterse con ella, por más que tuviera los ojos de miel y una boca brillante, por más que su cuerpo acariciara la imaginación despertando las ganas de mirarlo desnudo, por más que fuera hermosa como la virgen del Rosario. Daba temor quererla porque algo había en su inteligencia que sugería siempre un desprecio por el sexo opuesto y sus confusiones.
Pero aquel hombre que no sabía nada de ella y sus libros, se le acercó como a cualquiera. Entonces la tía Daniela lo dotó de una inteligencia deslumbrante, una virtud de ángel y un talento de artista. Su cabeza lo miró de tantos modos que en doce días creyó conocer a cien hombres.
Lo quiso convencida de que Dios puede andar entre mortales, entregada hasta las uñas a los deseos y las ocurrencias de un tipo que nunca llegó para quedarse y jamás entendió uno solo de todos los poemas que Daniela quiso leerle para explicar su amor.
Un día, así como había llegado, se fue sin despedir siquiera. Y no hubo entonces en la redonda inteligencia de la tía Daniela un solo atisbo de entender qué había pasado.
Hipnotizada por un dolor sin nombre ni destino se volvió la más tonta de las tontas. Perderlo fue una larga pena como el insomnio, una vejez de siglos, el infierno.
Por unos días de luz, por un indicio, por los ojos de hierro y súplica que le prestó una noche, la tía Daniela enterró las ganas de estar viva y fue perdiendo el brillo de la piel, la fuerza de las piernas, la intensidad de la frente y las entrañas.
Se quedó casi ciega en tres meses, una joroba le creció en la espalda, y algo le sucedió a su termostato que a pesar de andar hasta en el rayo del sol con abrigo y calcetines, tiritaba de frío como si viviera en el centro mismo del invierno. La sacaban al aire como a un canario. Cerca le ponían fruta y galletas para que picoteara, pero su madre se llevaba las cosas intactas mientras ella seguía muda a pesar de los esfuerzos que todo el mundo hacía por distraerla.
Al principio la invitaban a la calle para ver si mirando las palomas o viendo ir y venir a la gente, algo de ella volvía a dar muestras de apego a la vida. Trataron todo. Su madre se la llevó de viaje a España y la hizo entrar y salir de todos los tablados sevillanos sin obtener de ella más que una lágrima la noche que el cantador estuvo alegre. A la mañana siguiente le puso un telegrama a su marido diciendo: "Empieza a mejorar, ha llorado un segundo". Se había vuelto un árbol seco, iba para donde la llevaran y en cuanto podía se dejaba caer en la cama como si hubiera trabajado veinticuatro horas recogiendo algodón. Por fin las fuerzas no le alcanzaron más que para echarse en una silla y decirle a su madre: "Te lo ruego, vámonos a casa".
Cuando volvieron, la tía Daniela apenas podía caminar y desde entonces no quiso levantarse. Tampoco quería bañarse, ni peinarse, ni hacer pipí. Una mañana no pudo siquiera abrir los ojos.
-¡Está muerta! - oyó decir a su alrededor y no encontró las fuerzas para negarlo.
Alguien le sugirió a su madre que ese comportamiento era un chantaje, un modo de vengarse en los otros, una pose de niña consentida que si de repente perdiera la tranquilidad de la casa y la comida segura, se las arreglaría para mejorar de un día para el otro. Su madre hizo el esfuerzo de abandonarla en el quicio de la puerta de la Catedral.
La dejaron ahí una noche con la esperanza de verla regresar al día siguiente, hambrienta y furiosa, como había sido alguna vez. A la tercera noche la recogieron de la puerta de la Catedral con pulmonía y la llevaron al hospital entre lágrimas de toda la familia.
Ahí fue a visitarla su amiga Elidé, una joven de piel brillante que hablaba sin tregua y que decía saber las curas del mal de amores. Pidió que la dejaran hacerse cargo del alma y del estómago de aquella náufraga. Era una creatura alegre y ávida. La oyeron opinar. Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga estaba en los consejos de que olvidara. Olvidar era un asunto imposible. Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos, para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.
Los padres oyeron hablar a la muchacha con la misma indiferencia que ya les provocaba cualquier intento de curar a su hija. Daban por hecho que no serviría de nada y sin embargo lo autorizaban como si no hubieran perdido la esperanza que ya habían perdido.
Las pusieron a dormir en el mismo cuarto. Siempre que alguien pasaba frente a la puerta oía a la incansable voz de Elidé hablando del asunto con la misma obstinación con que un médico vigila a un moribundo. No se callaba. No le daba tregua. Un día y otro, una semana y otra.
-¿Cómo dices que eran sus manos? - preguntaba. Si la tía Daniela no le contestaba, Elidé volvía por otro lado.
-¿Tenía los ojos verdes? ¿Cafés? ¿Grandes?
-Chicos - le contestó la tía Daniela hablando por primera vez en treinta días.
-¿Chicos y turbios?- preguntó la tía Elidé.
- Chicos y fieros - contestó la tía Daniela y volvió a callarse otro mes.
- Seguro que era Leo. Así son los de Leo - decía su amiga sacando un libro de horóscopos para leerle. Decía todos los horrores que pueden caber en un Leo. - De remate, son mentirosos. Pero no tienes que dejarte, tú eres de Tauro. Son fuertes las mujeres de Tauro.
- Mentiras sí que dijo - le contestó Daniela una tarde.
-¿Cuáles? No se te vayan a olvidar. Porque el mundo no es tan grande como para que no demos con él, y entonces le vas a recordar sus palabras. Una por una, las que oíste y las que te hizo decir.
-No quiero humillarme.
-El humillado va a ser él. Si no todo es tan fácil como sembrar palabras y largarse.
-Me iluminaron -defendió la tía Daniela.
- Se te nota iluminada - decía su amiga cuando llegaban a puntos así.
Al tercer mes de hablar y hablar la hizo comer como Dios manda. Ni siquiera se dio cuenta cómo fue. La llevó a una caminata por el jardín. Cargaba una cesta con fruta, queso, pan, mantequilla y té. Extendió un mantel sobre el pasto, sacó las cosas y siguió hablando mientras empezaba a comer sin ofrecerle.
- Le gustaban las uvas - dijo la enferma.
- Entiendo que lo extrañes.
Sí - dijo la enferma acercándose un racimo de uvas -. Besaba regio. Y tenía suave la piel de los hombros y la cintura.
-¿Cómo tenía? Ya sabes - dijo la amiga como si supiera siempre lo que la torturaba.
- No te lo voy a decir - contestó riéndose por primera vez en meses. Luego comió queso y té, pan y mantequilla.
- ¿Rico? - le preguntó Elidé.
- Sí - le contestó la enferma empezando a ser ella.
Una noche bajaron a cenar. La tía Daniela con un vestido nuevo y el pelo brillante y limpio, libre por fin de la trenza polvorosa que no se había peinado en mucho tiempo.
Veinte días después ella y su amiga habían repasado los recuerdos de arriba para abajo hasta convertirlos en trivia. Todo lo que había tratado de olvidar la tía Daniela forzándose a no pensarlo, se le volvió indigno de recuerdo después de repetirlo muchas veces. Castigó su buen juicio oyéndose contar una tras otra las ciento veinte mil tonterías que la había hecho feliz y desgraciada.
- Ya no quiero ni vengarme - le dijo una mañana a Elidé -. Estoy aburridísima del tema.
- ¿Cómo? No te pongas inteligente - dijo Elidé-. Éste ha sido todo el tiempo un asunto de razón menguada. ¿Lo vas convertir en algo lúcido? No lo eches a perder. Nos falta lo mejor. Nos falta buscar al hombre en Europa y África, en Sudamérica y la India, nos falta
encontrarlo y hacer un escándalo que justifique nuestros viajes. Nos falta conocer la galería Pitti, ver Florencia, enamorarnos en Venecia, echar una moneda en la fuente de Trevi. ¿Nos vamos a perseguir a ese hombre que te enamoró como a una imbécil y luego se fue?
Habían planeado viajar por el mundo en busca del culpable y eso de que la venganza ya no fuera trascendente en la cura de su amiga tenía devastada a Elidé. Iban a perderse la India y Marruecos, Bolivia y el Congo, Viena y sobre todo Italia. Nunca pensó que podría convertirla en un ser racional después de haberla visto paralizada y casi loca hacía cuatro meses.
- Tenemos que ir a buscarlo. No te vuelvas inteligente antes de tiempo - le decía.
- Llegó ayer - le contestó la tía Daniela un mediodía.
- ¿Cómo sabes?
- Lo vi. Tocó en el balcón como antes.
- ¿Y qué sentiste?
- Nada.
-¿Y qué te dijo?
- Todo.
- ¿Y qué le contestaste?
- Cerré.
-¿Y ahora? - preguntó la terapista.
- Ahora sí nos vamos a Italia: los ausentes siempre se equivocan.
Y se fueron a Italia por la voz del Dante: "Piovverà dentro a l'alta fantasía."

Angeles Mastretta

2.5.13

Remando en el barro

Cuando las palabras llegan son siempre precisas y necesarias. Cuando llegan, antes de irme a dormir, mientras estudio, o en algún efímero momento de entre las horas y horas inertes que paso arriba de un micro larga distancia, surgen como una revelación de luz y calma, de belleza y armonía. Y siempre, así como vinieron, se evaporan. Y todo es tan rápido que al agarrar la hoja y el papel, ya develé el absurdo y su precisión se desmorona, se hace añicos ante la innecesidad que en realidad las gobierna.

Y al final, ya no son lo que quería.

Las palabras se me van en dichos; en monólogos y en diálogos. Se me escapan entre desconocidos y viejos amigos, se entretienen entre la gente como si no quisieran quedarse a solas conmigo,
se ponen en mi boca y me hacen probar lo dulce y lo amargo de su sabor. Y, por sobre todas las cosas, por mucho que intente cambiarlo, se rehúsan a llegar al papel.

Me recuerdan que yo no soy su dueña.

Me recuerdan que vine acá a existir. Me prometen que van a ser tan transitorias como mi cuerpo, que nada las va a deformar, ni a obligar a tener que sufrir el encadenamiento perpetuo de la tinta o de los pixels. Me recuerdan que somos libres. Que somos libres y estamos solas. Que no nos tenemos, ni yo a ellas, ni ellas a mí. Que la vida es otra cosa, pero que aún así duele, porque el dolor es más grande cuando ellas me faltan, y porque un poco extrañan vivir mansamente adormecidas entre mis papeles.

Pero hoy las necesito.

Ellas lo saben, y me miran acongojadas, tal vez les gustaría abrazarme, pero temen que las vuelva a capturar. Saben mejor que yo que si hoy las agarro, podrían ser mías para siempre. Y también saben del gran error humano de intentar explicarse y definirse como si el tiempo pudiera ser congelado, como si todos los ojos fueran uno solo y siempre vieran lo mismo, como si fuera verdad que algo es algo, y por eso no es también lo otro que llaman 'opuesto'.
Me miran y saben que estoy intentando tomarle una instantánea a mis emociones, y por eso me tienen un poco de lástima. Pensaban que ya me había dado cuenta que entre lo visible y lo invisible hay una relación sagrada que toda precisión pervierte.

'Sé más sutil' me dicen.

Más inexacta, más equívoca, más incompleta. Si todo es todo, y nada importa, entonces que nadie se fije si es verdad, que nadie se atreva a juzgar tus sinrazones. Saben, entonces, que quieren bailar sueltas entre haces de luces de dos mundos, y titilar a veces ancladas en una pantalla, pero sin estar completas, ni abandonar la irrealidad. Sólo van a brillar cuando yo sea libre, me dicen, porque un escritor libre nunca las amarra ni les pide explicaciones, porque jamás las llama, sólo se alegra de verlas llegar.

12.4.13

¿No te da miedo que ya no puedas dormir?

Ya no te importa qué está bien o qué está mal, vos no querías esto. Era cerrar los ojos y dejarte llevar, pero te fuiste yendo...
Cuando ya estés cansada y te quieras ir, y no quede más tiempo, resta vivir muriendo.
(Parece euforia y sólo es un grito de dolor, sólo te estás mintiendo).

¿Cómo llegué hasta acá? No presiento más, no tengo armonía.
No comprendo qué me falta todavía. No sé si pueda esperar. Sólo me queda una triste melodía, y no la quiero cantar. No hay dolor que duela más que el dolor del alma, no se aleja así nomás. Cosas lo hacen aliviar, pero no lo calman (¿a quién querés engañar?).
Y así son las cosas, así es esta vida. No me quiero conformar.
Vos tendrás tu forma, yo tengo la mía. (Sólo aprendo a lastimar).

12.3.13

Culpa

Me duele mucho la cabeza, tuve un día que terminó terrible, y creo que debería darme el lujo de expresar de alguna manera cómo me siento, aunque me llene de vergüenza y no dé más.
La culpa me está matando, y no hay nada que pueda hacer para sentirme más inocente. Me metí en un quilombo yo, y lo metí a un amigo que por lo que veo no tenía mucha idea que eso podía terminar mal. Doblemente culpa. Siento como si lo hubiera engañado y ahora sé que soy yo la que tiene que pagar los platos rotos. Nunca pensé que esto fuera a pasar, simplemente porque nunca me había pasado, y en parte, también, porque es difícil considerar a un acto tan tonto como algo condenable.
Pero las cosas ya están hechas, y todo mal porque involucran plata, que, sépase, no abunda.
Con él, entonces, me redimo aceptando el castigo.
¿Y con ella? ¿Cómo hago para hacerme responsable? ¿Cómo, si todo lo que hay en mi bolsillo es suyo?
¿Qué hago para no sentirme una persona horrible?

Take it easy, iremos viendo, por el momento, mejor duermo y ya.
PD: Quiero irme a un departamento desde que llegué. Realmente sabía que esto no daba para más.

2.2.13

Así va la cosa




Su triste y pobre existencia. Solitaria. Lo amaba porque seguía estando a su lado y porque ambos amaban a alguien más. Lo amaba más hoy porque sentía por todos lados, por todos los ojos y por todos los poros de todas las casas de las ciudades que los pensaron, que hoy él era amado por muchas otras.

Triste y rezagado. Su existencia se pasea impasible por las ruinas de sí mismo. No le gusta el término amar porque sabe que hace mucho daño si uno lo deja libre. "Evita el dolor y le huye, decide que no existe" y ésta es la causa del dolor más grande.

25.1.13

Las cosas como son. Las cosas, ¿cómo son?

Dois coisinhas:

1. Ya no me da la cara para decir que esto se terminó acá porque nunca "se termina acá", sin embargo por primera vez me siento extraña al pensar en mis sentimientos. Casi incómoda.
No digo que no haya pasado por diversos momentos y tipos de enamoramiento y que después no haya desembocado en períodos largos e inevitables de negación, enojo y una especie de olvido medio forzado, medio desesperado, medio por obligación. Pero, mm... esta vez no estoy hablando exactamente de ninguna de las dos cosas.
Es más bien una sorpresa, una duda, una descontextualización, una falta de empatía hacia mí misma. Una pregunta: "¿en serio estaba tan hasta las manos?"
¿Por qué me resulta tan raro de repente? Pará, pará, pará... ¿Ya no es más así o qué?
Y bueno, capaz que no. En una de esas esto exigió mis sentimientos hasta su punto máximo y el resto es languidecer. ¿O es que es la lucidez antes del final y ahora va a pasar algo que dé vuelta todo? Lo más extraño es que no sé si sigo queriendo eso que estaba segura de desear más que a nada. Me entristece pensar que algo tan tangible, corpóreo e indiscutible durante tanto tiempo se pueda desvanecer así, con un par de verdades a la cara, con una charla desmotivadora, con tanta certeza toda junta.

Se pinchó la ilusión, se ve.

2. No tengo nada más que hacer. A lo largo de tres años y medio me obstiné con sacar algo en limpio de nuestra relación o al menos de tu relación con vos mismo. Sufrí por las dudas que no me dejaban dormir (o me hacían soñar inevitablemente con vos dos veces por semana), te aconsejé, te seguí, te escuché, te forcé y te perseguí como una stalker para que reaccionaras. Hice todo lo que estuvo a mi alcance, con sus aciertos y desatinos de mujer insistente y enamorada.
Pero más que nada: te romanticé, para seguir adelante, para aceitar la rueda. Te creí capaz de dar the third act twist, ése en el que obtuvieras conciencia repentina, ganas de pensarte y cambiar. De mejorar. De ser feliz.
Qué prepotencia la mía.
Porque en realidad, cuando te ofrecí mi ayuda hace tres años y cuando lo volví a hacer hace una semana, la negaste de la misma manera. Con las mismas palabras. Y estás en todo tu derecho. Quién soy yo para juzgar progresos, está bien.
Pero por eso, repito, no tengo nada más que hacer.
Lamentablemente ahora debo aceptar más que nunca que estás solo. Así como me dijiste que querés aunque te haga mal y te cueste mucho.

Mi oído va a estar siempre, porque así soy yo, pero ya está, te suelto la mano pibe.
Y haber resuelto esto, ¿sabés?, desestimula bastante.

22.1.13

No encuentro palabras


  • No distingo orden, no sé qué pensar. No me queda claro si esto fue bueno, fue malo, o era lo primero hasta que lo arruiné. 
  • Me quedan muchas cosas por aprender, sobre vos y sobre mí. 
  • Todavía no sé si mis sentimientos cambiaron, pero algo me dice que sí. 


  • Tengo imágenes muy claras y algunas sensaciones descompaginadas que aún buscan la sonrisa exacta a la que precedieron. 
  • Sé de las palabras que usamos y del aroma del negro impoluto que nos bañó cerca del final. 
  • También me acuerdo de aquellos momentos en que mi corazón comenzó a latir desenfrenado y recuerdo la distribución exacta de las pecas bañándote la piel, lo estrecho de tus caderas. 
  • Siento un escozor frío cuando revivo ese beso a oscuras, totalmente inesperado y que tristemente daba por perdido. 
  • Aún más paralizada me siento cuando le agrego el roce de mi mano con la tuya, aferradas por el cariño instantáneo que nos produjo el miedo a ser descubiertos juntos, con nuestras caras tan cerca, escondidos, en el medio de la noche.

Tal vez habría sido la historia de una noche que me impregnó de su ilusión en un principio, pero poco a poco mi realidad fue avasallando. Y sin embargo... miranos a los dos, desafiando como siempre a la lógica, y fijate como la fantasía es invencible. Fijate, sí, que con aquél pálido beso de despedida y esa promesa fugaz revestida de una ternura renovada, estableciste el renacer de una historia que jamás parece acercarse del todo al fin.

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