A ver... empecemos por algún lado.
Yo tengo mis códigos.
Vos no sabés si tenés.
Yo no tengo porqué aguantar tus inseguridades.
Lo hago en la medida que puedo.
Pero no lo arruines.
Si no, no sirve.
Hay cosas que en mi mundo no se dicen, no se hacen, no se miran. Podrás pensar que soy hipócrita, que estoy estableciendo las reglas de las que me quejo. Pero no. No se trata de las cosas que vos no podes decir, hacer o mirar.
Se trata de las cosas que yo no digo, no hago y no miro.
Vos hacés todo, por negligencia o debilidad, o un combo de ambas, las hacés. Y te banco.
Te banco una,
dos,
tres...
¿Cuántas?
Vos me querés y lo respetás, vos lo querés y lo respetás. Pero no tenés porqué doblegarte, obedecer, someterte. Esas cosas atentan contra vos misma. Vos atentás contra vos misma en cada cosa que hacés.
Genial, estás llena de inseguridades, rodeada de gente que te gusta más que vos misma. Lo entiendo, a mí también me pasa.
Pero hay cosas que me gustan recíprocas. Y en ese momento poco me importan tus vacíos neuronales, tus humanidades, tus considerables metidas de pata producto de que sos una persona que se equivoca como todas.
No.
Yo no lo hago: vos tampoco.
Si doy Dios,
exijo Dios.
Y podrás pensar porqué en la amistad soy tan exigente y en el amor soy tan pelotuda. Porqué tenés que soportar ahora esta actitud histérica e inflexible y a su vez haberme aguantado amargada por alguien que no daba ni esperaba recibir.
Experiencia.
Dentro de 16 años voy a ser tan inflexible como soy ahora con mis amigos. Porque voy a tener más práctica. Ahora es así. 15 años y 9 meses de amiga me volvieron así.
¿No hay margen de error? Sí hay.
Hasta que exploto.
Pueden pasar dos días, seis meses o cuatro años. Pero pequeños errores acumulados, cositas que me molestaron, me hacen explotar. Y me pongo re densa, como dice Dalia.
Sí. Bancá, poné los ojos en blanco, mordé la parte de arriba de una birome, ya se me va a pasar.
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
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