15.11.09

Circunstancias drásticas exigen medidas drásticas.

Nunca quise escribir sobre amor. Siempre quise hacer algo diferente, poco característico de mi edad, algo que sorprendiera y resultara agradable, algo para los demás, que no tuviera nada que ver conmigo (¿A quién le importaría saber lo que me pasaba?).
Intenté por mil medios inspirarme para una historia gloriosa, sobre algún tema interesantísimo y nunca lo logré. Siempre me aburría de mis propios argumentos, me trababa por no tener suficiente información al respecto, los leía y releía y no me convencían, eran demasiado cuadrados, demasiado mal escritos, sin cadencia, sin musicalidad, sin nada, textos chatos, inconclusos, aburridos.
Era chica y estaba loca, quería ser Nobel de literatura a los 10 años, quería lograr hablar de cosas por las que jamás había pasado…
Pero por el amor tampoco había pasado, no tenía de qué hablar. No tenía con qué escribir. Muy pocas veces logré escribir algo de lo que me sintiera orgullosa, que no fuera de amor, ni de guerras ni de nada maravilloso. Ahora sólo me acuerdo una.
Era la historia de una mujer mayor que veía llorando en una escalera a una niña que era ella misma a esa edad, lo redacté en primera persona desde el punto de la mujer anciana. Era más parecida a mí de lo que la niña jamás hubiera podido ser. Yo ya estaba vieja, nací con 40 años y nadie lo entendía. No podía escribir sobre amor, era estúpido, debía escribir sobre la primera guerra mundial, sobre algo relevante, sobre temas de adultos, yo no jugaba juegos de niños. Yo debía estar dando clases en Harvard. Yo vine atrás en el tiempo. Maduré, dejé esa histeria, esa soberbia de lado, cambié esa pedantería propia de la inseguridad, por disfrutar el escribir.
Escribir a los 15 años no es un trabajo. No debe serlo. Nada debe serlo. A los 8, 10 o 12 menos. Pasé todos esos años en los que podría haber mejorado notablemente en mi hobby, ofuscada, sintiéndome improductiva, nimia, comparándome (como siempre), haciendo nada, nada bueno, nada que me hiciera sentir bien.
Todavía guardo los borradores de aquellas épocas. No pasan los 10 renglones. Historias de detectives, de psiquiátricos, de suspenso. Historias de cosas que no me interesaban, pero que pensaba que podían ser interesantes para los demás.

Aunque también fui patética cuando quise escribirle al amor. Soné melosa, estúpida, vacía. Escribí con y sin razones. Intenté describir un beso, una caricia y fracasé. Era otra de las cosas que no llegaba a comprender.
Al fin y al cabo, pasaron los años y mis historias se resentían cada vez más, ella siempre estaba sola. Ella siempre lo amaba en la distancia y en secreto. Ella siempre contaba mi historia, mil veces. Nunca quise reproducirla.
Me seguía pareciendo estúpido, el amor platónico, en términos literarios, me sigue pareciendo hueco. Le falta algo, tiene más aire de comedia. El sufrimiento que acarrea es indescriptible, es grande, es real, pero no es tomado en serio y ni siquiera suena serio. Es un juego de niños.

Remembering es la única historia con la que me siento bien. Después de todas mis peripecias en el campo de la escritura, es lo que más me hace feliz escribir. Podría hacerlo por horas, pero no. La cuido, la riego, sé que no debo escribir de más ni explicar demasiado, que debo disfrutarla poco a poco y dejar que los hechos decanten por su propio peso. No voy a esforzarme en los detalles, la historia se va a contar sola. No voy (y ojala no me equivoque) a dejar de escribirla. Paso a paso la voy a terminar y la voy a convertir en mi historia, no en mi vida, mi historia de ficción. Esa que siempre quise. Remembering.

Y de todos modos sigo siendo una nena estúpida que no sabe conformarse, que necesita superar a los demás en lugar de superarse, sigo siendo caprichosa, de baja autoestima, de depresión fácil. Sigo teniendo motivos para que no me guste lo que hago. Soy yo, y está en mí ser tan poco conformista, ser tan competitiva y tan alarmista. Exagerada.

Está en mi seguir considerando al amor poca cosa para ser escrita. Está en mi pensar que escribir sobre él es típico de una adolescente de mi edad y no quiero. Quiero ser distinta.
El amor romántico es tan cliché. Todas las chicas escriben sobre el romance, todas sueñan con él, con el príncipe y con la carroza. Y yo no puedo evitar pensar en los demás que nos miran con sorna, que le parecemos estúpidas e inexpertas, que menosprecian todo esto.
¿Y yo que quiero? ¿Ser como ellos, saltear la etapa, creer que ya estoy devuelta de esas cosas, o disfrutar de inventarme algo increíblemente meloso, lleno de azúcar y completamente irreal?
El amor real no es romántico.
El romance son pequeños flashes, instantes de demencia en el que él dice algo lindo y nosotras lo ponemos en una perspectiva que lo agranda todo, que lo hace aún más bonito, que lo hace digno de un parlamento de Hugh Grant. Tal vez él quería decir otra cosa, tal vez sólo quería vernos sonreír para así poder darnos un beso. Pero para nosotras ya es romántico... para nosotras.

Nosotras sufrimos porque resultó que él era un imberbe de diecipico de años, que no sabe lo que quiere y que no se parece en tanto a Hugh Grant en Un lugar llamado Notting Hill. Parece que no. Él va a morir creyendo que es Christian Bale en Batman inicia y nosotras con el paso del tiempo viviremos convencidas de que él no era nada más que una copia barata de El doctor chiflado. Así de fácil, cinematográfico y real es el amor.

¿Y quién soy yo para decirlo si tengo 15 años y no sé nada? No sé. No sé quien soy para decir eso, no sé quién creo ser para sentirme con el derecho de escribir historias románticas, odiarlas y amarlas a la vez, compararlas con el amor real, desestimar a uno, desestimar al otro. ¿Quién soy yo más que una chica pedante e inexperta que no sabe nada?
La misma que soy cuando quiero escribir sobre el gobierno de Hitler en la Alemania de los años ’40, una completa analfabeta funcional con derecho a opinar. Como todos.
Todos somos pequeños ignorantes que debatimos nuestra vida entre máximas perdidas por ahí queriendo rescribirlas o ansiando ser sus autores y nuestra propia filosofía de lo que es vivir en el mundo real. Y todos somos sabios en algún aspecto, en algún ínfimo y discutible aspecto. Entre los miles campos de estudio (y no me refiero al estudio formal, ni a agarrar un libro con las expectativas de sacarse un 10) del ser humano, capaz, tal vez, que somos expertos e innovadores en alguno. Dicen, todos somos únicos en algún aspecto.

Y odio poner las cosas en esta balanza tan despreciable. ¿Qué importa que tan aceitado esté uno en el saber, en el hacer? ¿Realmente tiene algún sentido querer, pretender o creer que se es sabio en algo?
Si la finalidad de la vida está en ser feliz. Con lo que uno es, con lo que uno puede, con lo que uno quiere ser, o aspira. Nada más.

Sí, claro, eso justificaría miles de motivos de existencia un poco vacíos”, motivos de existencia, que yo, sabia juzgadora (de hecho, no me opongo, todos tenemos derecho a juzgar, prejuzgar, analizar y descartar, mientras no implique salir a matar a nadie) desecho.
¿Cómo mierda puede haber gente tan hueca y tan poco pensante? No hace falta nada, absolutamente nada para tener la cabeza un poco abierta y las ideas fluyendo. Ni siquiera hace falta tenerlas en claro, con tenerlas bastaría. Pero no, hay cosas más interesantes se ve… Lo que no entiendo, y ojala algún día alguien me explique, es cómo ven el mundo estas personas, cómo hacen para sentir si no saben pensar, cómo hacen para percibir si no les importa, cómo hacen para que no les importe. Explíquenme.

Y volviendo al tema del derecho de prejuzgar y juzgar, sé que suena mal y a mucha gente no le gusta (gente con la que hoy me pelearía, porque, como se advierte a las claras, hoy tengo ganas de pelear), pero saben, les parezca bien o no, yo soy una persona muy intuitiva, analítica, pero bastante racional. Que sabe juzgar a primera vista (prejuzgar), conocer y volver a hacer un juicio de valor, interiorizarse y hacer una conclusión final, arrepentirse de ella, dar todo para atrás, otorgar muchas segundas oportunidades y retirarlas, y casi siempre (y no es joda, debe ser la mala leche) terminar emitiendo el mismo juicio que había hecho al principio, cuando ni sabía bien de qué se trataba, dándome cuenta que soy una boba, que no debería haberse metido en eso, cuando tan inteligentemente me había dado cuenta que no valía la pena. Lo que es ser ilusa (si quieren también me pueden explicar por qué soy tan incrédula al principio y las circunstancias me vuelven una nena torpe de lo más crédula).

Explíquenme también si les queda tiempo cómo es que hice para empezar hablando de una cosa y terminar en otra tan distinta en el mismo texto, si por lo general yo me planteo un solo objetivo. Debe ser el sueño y las ganas de asesinar a alguien (se suponía que el juzgar no implicaba el salir a matar, pero las figuradas ganas me pueden).

Y de paso, ya que estamos, explíquenme que hago yo, plasmando el 10% de las cosas que están pasando por mi cabeza en esta subida a mi blog.

2 comentarios:

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    ..

    Lo único que te falta pedir que te expliquen es el sentido de la vida. Che, estas enojada con el mundo, calma un toque, que flashero esto, creo que entendi la mitad del texto xD y me hizo sentir mal ¬¬ tu culpa ¬¬

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  2. No, en realidad, no estoy enojada con el mundo xD
    Siempre tengo estos pensamientos, todo el tiempo.
    Me gusta pelearme con mi misma, enojarme, enojarme con los demás, discutir cosas interminables y sin sentido.
    Podría estar horas debatiendo un tema sin fin. Me gusta :)

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