14.10.14

History repeats itself, it fails to die

Día 27


Otra vez el inexplicable dolor de cabeza, y cansancio después de casi ocho normales horas de sueño. Dormir es siempre uno de mis problemas.

El desorden me angustia, fantaseo con la idea de llevar una vida representativa a la secretaria bonita que se supone que soy. Pero no soy una secretaria bonita.

Ayer la vida de estos tipos que no existen me obligó a mantenerme despierta en el viaje de vuelta e imaginarlos en toda su profundidad y banalidad, tomar el bloc de notas (del que algunas noches soy esclava) e intentar llenar de palabras las imágenes que se agolpan en la parte interna de mis ojos. Son tan perfectos que me apena que la realidad no empañe la imagen tan omnisciente que tengo de ellos. 'Si los conociera, probablemente, ya me habría enamorado de los cuatro y no podría distinguir al mujeriego del depresivo, ni al ególatra del cobarde'

'Hoy voy a verte', es un pensamiento que me cruza la cabeza y que me hace salir de una vez por todas de la cama. Pero no vuelvo a eso mientras desayuno apurada, ni mientras leo en el subte, ni mientras espero que alguien haga sonar los teléfonos de la oficina. Me siento desarmada otra vez, algo enclenque y definitivamente mal vestida, 'qué ganas de ordenar la ropa', es mi pensamiento recurrente. Razono que es una actividad a la que me gustaría dedicarle jornadas enteras (y que probablemente tendría que aprovechar cada segundo).

Vuelvo al subte con la cabeza perdida, saco de la cartera a mi nuevo Murakami, veo a un grupo de adolescentes vestidos con uniformes de secundaria.

Miro a un grupo de adolescentes vestidos con uniformes de secundaria.

Miro a un adolescente en particular, el más alto de todos, de cabeza redonda y una proporción en su perfil idéntica a la del M. alemán. De hecho, parpadeo, su piel blanca, parpadeo, sus pecas, vuelvo a mirar... Por Dios, su sonrisa... Es igual al M. alemán.
Intento retomar la lectura, Haida, Tsukuru y las voces de estos adolescentes, animados y burlones que no dejan de llevarme a la secundaria. De repente me siento desvalida, como si los pequeños egos inflados de los individuos de ese grupo me subyugaran frente a su poder. Tal como cuando yo era una de ellos.
Se ríen, hablan fuerte, me mencionan. ¿Me... mencionan? Bueno, no a mí, pero no puedo evitar lanzarle una mirada penetrante a la chica que no deja de pronunciar mi nombre. 'Eugenia, Eugenia, Eugenia... Era obvio que te gustaba Eugenia'. Le dice al petit M. alemán.
Mi corazón se detiene. Lo veo en él. Serían idénticos si este chico no tuviese ojos aún más bellos, de un gris traslúcido, y una voz más imponente, como de alguien mayor. Pienso que de todos modos, yo al M. alemán siempre lo vi así, como envuelto de un halo que exageraba su propia belleza.

Se baja en Scalabrini Ortiz, pero mi mente está perturbada. Inconscientemente espero que esa Eugenia cumpla con mis expectativas, con mis expectativas sobre ese fantasma tan parecido a él.
Pero casa es un desastre y me olvido pronto de todos mis pensamientos.

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Estoy llegando tarde y es recién en la puerta cuando pienso en vos, que también te gusta llegar tarde (sé que sos un 'vos' y no un 'él' desde la primera vez que te vi, no doubt about it).

Stop. ¿Cuándo fue eso? En la primer clase de guión. Tus ojos eran enormes, tu nariz ridículamente respingada, y tu sonrisa acusaba más años que el resto de tus facciones, lo cual configuraba un cuadro de infantil amargura, de encanto lacónico. Eras el único que no parecía tener nada que ver con el resto. Mientras todo aquel grupo de gente joven se podían resumir en una masa de snobs y wannabies de la bohème, vos parecías más bien un estudiante de ingeniería puesto en el lugar y momento incorrectos. No parecías tener ni pretender estilo, elegancia o profundidad artística, pero escuchabas las palabras del profesor con una devoción sólo comparable con la mía. Estabas enfrente y fuiste al único que vi.

Claro que eso fue un miércoles, y hoy es martes. Los martes voy a un curso de Historia del Arte moderno y contemporáneo. Un buen lugar para gente mayor que se regodea en mencionar figuras de la talla de Gaugin, Klimt y Matisse (al igual que yo, que la cada-vez-menos snob, yo).

Era la cuarta clase, estábamos hablando de fauves y te vi llegar y sentarte atrás mío. Me sentí levemente confundida. Si no combinabas con el entorno de una clase de Guión de Cine, menos hubiera esperado verte en una clase de Historia del Arte. Menos, de hecho, porque debido al lugar en donde cada una de las cosas sucede, el modo en que suceden y la gente que las frecuenta... casi no hay intersección. Excepto yo, (y vos), por supuesto.
Te miré largamente y no elegí disimularlo. Me respondiste la mirada abriendo mucho los ojos y diciendo confundido un '...¿hola?', que me obligó a aclararte quien era. Pareciste relajado cuando me reconociste, pero yo no pude evitar ver que venías acompañado.

Eso sí... si encontrar a la única persona que veo los miércoles en mi aula de los martes ya significaba algo, verte acompañado, significaba bien otra cosa que anulaba y reafirmaba lo anterior. Ese día el camino al subte fue acompañado por una cadena de suspiros resignados.

Volver a verte a partir de ahí fue interesante cada vez. Especialmente cuando ella te inquirió con la mirada quién era esa chica a la que saludabas y tuviste que aclarar en voz alta, 'una compañera de Guión'. Ah, soy mujer, y en los ojos de esa chica pude leer el peligro y el miedo y tuve que bajar la cabeza en señal de comprensión. Y también, bueno, el día que escuché por primera vez tu nombre, L. Me reí por dentro... Otro L., otro más, era obvio.

Pero hoy, cuando llegás, estás solo. Estás solo. Te llamo para que te sientes al lado mío, hablamos un poco, porque la clase ya empezó. Me correspondés tanto las miradas, con tanta intensidad, que empiezo a sentirme nerviosa y con ganas de evadirme,
pero a la vez, respetás tanto mis largos silencios, que desear y rechazar las palabras sueltas y las miradas seguidas de sonrisas cómplices y a la vez incómodas, se vuelve un juego de dos horas. Sé que vamos a hablar como viejos conocidos una vez que termine la clase, que te voy a poder preguntar cómo hacés para aparecer así en mi mundo de los martes y los miércoles. Y la respuesta no me la imagino, pero va a ser genial.

Entonces la clase termina, levantás las cejas (tus ojos son enormes) y me preguntás si había algo de tarea para mañana. Salimos juntos, me decís que primero pasás por el baño, te digo que te espero, me agradecés cuando salís, te digo que tardaste mucho, te reís. Y entonces te pregunto. Y la respuesta no me la imaginaba, pero es genial.
Dejaste tu carrera, tu aburrida carrera, para dedicarte al Arte. Trabajás en lo mismo que yo, deseás para vos lo mismo que yo. Elegiste venirte a Buenos Aires (porque tampoco sos de acá), por las mismas acertadas y desacertadas causas. Viviste en una residencia, como yo, pero ahora estás en un departamento, como yo. Y me entero todo esto mientras te desviás de tu camino y me acompañás a la puerta del subte, mientras caminando me tocás cariñosamente la espalda varias veces y yo te maldigo en silencio, mientras te sorprendés vos también de la cantidad de puntos en común que tenemos vos y yo.

Así que nos vemos mañana, me decís, y sonreís, y me obligás a que me ponga nerviosa una última vez antes de adentrarme en el subte. 'It's bricked up in my head, it's soved under my bed, and I question myself again: what is it about men?'


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