15.5.12

Hipérbola



Te sentía acercándote de a poco. Una bandada trémula de cuervos se posaron sobre tus muslos y se aferraron a tus hombros cuando me miraste.
La calma nos abandonaba en cada nota acaecida de la noche y tus labios grises temblaron cuando tocaron los míos. Me tomaste la mano y la pared entre los dos se comenzó a derrumbar.

Mi espalda volvió a sentir el frío intenso propagarse hasta la nuca como en mis ayeres, pero no pude volver a prestarles atención.

Tus manos. No podía dejar de observar tus manos alzándose contra el muro de mi boca, contra la barrera de mis piernas, de mi pecho. Me miraste y esa vez tus besos terminaron en mi frente. En mi frente, cicatrizándose con el aire caliente y la parsimonia de la espera a cada beso y cada abrazo que caía en cuentagotas derrochándose en la noche y en la bienvenida del final. Mis ojos se cerraron a la espera del contagio de tu hechizo, del chasquido de tu lengua atrincherándose en mi boca; y la obscuridad que no me dejaba verte.

Te agradecí por lo bajo, tu dedo rozó mi palma abierta en donde fue a parar una lágrima.
Nos miramos.

- ¿Por qué llorás? - la persiana apenas encendía un atisbo de luces de ciudad por entre sus hendijas. En mi cabeza cristales rendidos y whiskys derramados aceleraban mis pulsaciones y sellaban mi boca en un trago amargo, hiel, desencanto y eso que te habías llevado de mí.

- Hay una chinche - carraspeé casi inaudible, bajo las sábanas.

- Rien à dire - suspiraste con parsimonia, te alejaste un poco de mí, más lágrimas comenzaban a brotar enardecidas y tus ojos sombríos, perdidos, el cigarrillo ausente que tus manos sostenían. El hielo y la decepción, el brandy, ojos quebrados en el piso y vos yéndote, y vos en el umbral solitario por las noches, figura deambulante de mis sueños, pasión de pasados y presentes de botella, de nada en vos y en mí. Silencios sepulcrales de mirarte y no-me-ves, de algún gesto tuyo que fue demasiado para mí y me fui.

Me fui, prendí un cigarrillo que jamás llegaría a fumar y dejé que el viento casi inexistente de una ventana que no sabe estar abierta me despabilara, que me golpeara el rostro y atravesara mi cabeza plagada de vos.

Otra vez esa sensación caliente en el hombro, en el aire tras de mí,
como en otra vida,
igual a la mía,
en otro tiempo,
en un sueño.

- Che, me voy.

Mi corazón se detenía (mi cerebro ya había renunciado a la batalla).

- Los tipos del antro son todos tan superficiales como sospeché.

Te reíste inseguro, gastado, apagado. Tal vez pensaste en rematar, pero no lo hiciste.
Te ibas otra vez, tu sombra encaminada y decidida esgrimía su último suspiro de este lado de la puerta y luego ya no más, y luego ya te habías ido y me habías dejado con otro cigarrillo consumido entre las manos y el tiempo de flores cada vez más rotas.

Mientras pacientemente veía la noche pasar, pensé:

"Una rara pareja, vos y yo".

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