1. Prólogo
Me sentía mal y sabía porqué. Hace mucho tiempo que sé porqué. A veces tan solo intento no pensarlo, o mirarlo de otra manera, una más sencilla de encasillar. Pero no basta, no llena. En algunas ocasiones es mejor dejar que lo más profundo fluya, por más que resulte doloroso. No es inútil.
No soy de las que piensen que el dolor es inútil. En principio porque pertenece a nuestro montón de sentimientos, y luego porque no es para siempre. Hay que aprender de él mientras esté. Negarlo es mucho más dañino. Sufrir por causas perdidas, sufrir en vano, no es tal cosa. Como cualquier dolor se irá, y su productividad solo depende de lo que aprendamos de él.
Hay temas en los que uno es reiterativo sólo porque no llega al punto central de la cuestión y necesita transitar la periferia, verla y volverla a ver. No quiero hacerlo más. He llegado a odiar los círculos.
2. Buena suerte y hasta luego
Perdón por no haberme dado cuenta antes de lo que te rodeaba y por haber tenido así pretensiones que te eran imposibles cumplir.
Perdón por haber sido tan egoísta de haberte querido cerca de mí solo por mi bien, que aún anhelo.
Perdón por aún tener esperanzas vacías de que algún día todo estará como me gustaría.
Siento mucho el entender y no poder hacer, el deber callar y la impotencia de que mi amor se desgasta y no hay retorno.
No puedo ayudarte, no querés que lo haga, de todas maneras no podría hacerlo. Me siento inútil, a oscuras, trabajando en vano en las sombras. Mi buena intención no sirve.
Y perdón si sentís que todo esto es una molestia o un peso más.
Gracias de todas maneras por dejarme entrar al juego, por haber fingido bienestar mientras yo tejía mi nube de ilusión.
Gracias por haber entrado en mi vida y haberme dado una poderosa razón para querer.
Te quiero.
3. Disculpen las molestias, gracias por todo.
Ya no voy a sopesar las frases vacías insultando sin ton ni son. Ya no quiero ser puesta en el lugar de la víctima y que él sea el victimario. Ese análisis simplista: blanco-negro, bueno-malo, amor-odio no definen esta situación. Créanme, es distinta.
Si lloro lo hago por razones que van mucho más allá de una relación fallida.
Si lo hago es por mí, porque se cayeron mis ilusiones, se quebraron mis planes, porque sólo tengo ahora una mochila más en mi espalda.
Por él, que no puede amar, que necesita recibir y no quiere aceptarlo, porque nada más puede hacerlo solo y porque por mucho que yo ame eso no va a cambiar.
Por nosotros. Y por ellos, los que éramos hace sólo tres meses, los que se miraban y reían, los que podían ver en los ojos del otro el renacer de sí mismos. Los que jugaban, los que soñaban, ellos, ese nosotros de papel.
Nosotros somos esto, dos almas solistas. Dos personas que ahora pasan por indolentes, que juegan, que prueban estar cerca sin estarlo. Dos completos dementes, nosotros.
Si lloro, repito, no es por la pena egoísta de no poder besarlo.
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
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