Pero no quiero molestar a nadie. Supongo que la gente debe estar cansada de escucharme. O por lo menos yo lo estoy.
Me gustaría tener la mente más abierta, más inventiva, más viajera. Me gustaría ser como Cecy, que recorre campos y se posa sobre grillos, sobre perros que corren salvajes o sobre jóvenes divirtiéndose, haciendo que su tiempo valga.
Me gustaría estar en París, sentada en cuclillas en la entrada de Notre Dame, o tal vez alguna callecita más acogedora, viendo las luces moverse, moverse con mis ideas.
Pero me siento estática.
Y no sólo eso. Me siento... poca cosa, rídicula, pusilánime. Veo a mi existencia como algo patético, a mi amor altruísta como algo fácilmente derrocable, a mi romanticismo y mi poesía como algo descartable. Sin valor.
Ayer le decía a Martu: "Hace tiempo que lo pienso, no dejé ninguna marca en nadie. Nadie tampoco se enamoró de mí".
Y todos estos días intenté poner mi esperanza en él (en vos) como lo hago siempre. Me dije que quizá para él, yo podría significar algo. Podría ser, pero nunca voy a escuchar eso de su parte. Si alguno pudiera escribir un libro sobre lo nuestro, sería yo y no él (y por lo tanto, nunca sabría, nunca voy a saber, a ciencia cierta lo que siente por mí).
Soy como Gil (el protagonista de Midnight in Paris) que sueña con un destino romántico de escritor en la ciudad de las luces, que se ve a sí mismo como alguien que debería ser un bohemio de los años '20 (pero no lo es). Porque así me siento ahora. Mi existencia, vista desde afuera, ¿qué es?
Una chica de 17 años, argentina (nada especial), con dolor de garganta, que se va a Bariloche en un par de días y... que tal vez presuma demasiado.
Y tengo que aceptar que eso soy. No soy una famosa actriz de la época de Oro de Hollywood, no soy un Cortázar perdido en Buenos Aires, no soy Picasso encerrado en el barrio de Montmartre. Soy... un nombre más en facebook.
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
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