Estoy sola, un domingo, podría haber llovido, pero no pasó. El día se prestaba perfecto para estudiar, ordenar y hacer viajes al interior de mí.
Sin embargo, lo último, que hace un tiempo me habría permitido darme, digamos, licencias en las las otras dos, no pasó. Hace tiempo que no pasa.
Es increíble pensar en lo mucho que me está costando escribir esto. Cada palabra es una duda, cada anécdota suena vacía, tonta, forzada. Innecesaria.
Desde hace meses que escribir y borrar son actos casi simultáneos, que mis ideas no tienen su momento de gloria en mi cabeza, que nada vale la pena ni un segundo. Ni siquiera leer me provoca lo que antes. Hubieron frases que me cambiaron el mundo, que me impulsaron a sentir, a hacer. Hoy a frases como esas sólo les levantaría la ceja y las evaporaría rápidamente de mi memoria. Cerraría el libro, pasaría la página.
Un domingo aburrido de cualquiera de mis años anteriores hubiera sido perfecto para hacer una linda entrada, para extraer una buena reflexión de algún buen libro, para pensar en vos, quien fueras, para inventarte en una canción o en una frase, para derramar una lágrima pensando en tenerte.
¿Por qué (no) estás?
Quiero soñarte y que te parezcas a una brisa a la mañana, o a la lluvia de Buenos Aires sobre Avenida Santa Fe, que te parezcas al menos a algún acorde estremecedor que llegue de casualidad a mis oídos, de esos que provocan una cascada de recuerdos truncos que se mezclan con la imaginación.
Quiero soñar con vos, con tu perfume llegando a mí desde la butaca de al lado en el cine, con tu cálido abrazo sobre mi cintura a la mañana, cuando la luz entra por la ventana y los dos despertamos a la vez. Te quiero acá conmigo cuando estoy triste, que seas el rostro y la expresión en los ojos de la nostalgia que ya perdí. Quiero un misterio en vos que sea encantador y no la sombra de mis miedos, quiero extrañarte y percibir tu llegada como algo etéreo, como un presentimiento que ronde el aire y que no llegues, y yo poder seguir mirando la ventana.
Ahora que sé que no dolés, me habría gustado estar más presente en la primera vez que te vi a los ojos e intentaste besarme (sé que llovía, a cántaros, que tu paraguas nos tapaba a los dos, que miré para abajo antes de ver tu boca).
Ahora que sé que valió la pena, me gustaría vivir en los primeros momentos y que no terminara nunca de ser un comienzo. Con lo que me gustan los comienzos...
Pero el romance es realidad, las lágrimas encuentran tus brazos y tu pecho para secarse, los miedos se aplacan con besos y caricias en la cara y todo lo que podría no ser para regalarme noches en cuotas de melancolía, siempre es. Bueno, excepto aquella vez.
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
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