21.6.13

Me quiero de vuelta II

Hoy fui a la casa de Mariano a comer comida mexicana,
y como buena charla de mesa, no faltó hablar de religión.


Resultó haber una atea muy enojada con las religiones y una católica bastante ofendida con lo que se estaba diciendo, en el mismo lugar. Resultó una discusión bastante acalorada y varios intentos por resolver la situación. Opiniones, gritos, 'sí, tenés razón', 'me ofendés', y bla bla blás.
A la Eugenia de siempre le encantan esas cosas. Siempre se hace espacio para agarrar la manivela aunque sea un momento y se mete de lleno en sus convicciones. La Eugenia de siempre, o la de hace un par de años al menos, no dudaba en saltar contra la iglesia y profesarse atea, estar enojada con los católicos y despotricar contra el fanatismo. Tampoco le molestaba tener que repartir algunos comentarios hirientes si era necesario, distribuir polémica y quedar encolerizada con el que decidiera llamarle la atención.
Pero hoy esa Eugenia no estaba, y hace mucho que no está.
Hoy a Eugenia la religión le parece una pelotudez, sí, pero ya no le interesan los agnósticos y los creyentes. No cree, en ninguna parte de su ser, que estén hablando de algo medianamente profundo cuando citan a Dios (al ser imaginario de las nubes, o al padre protector). La Eugenia de ahora, sabe que nadie ahí se había aproximado alguna vez a pensar en el concepto de Dios, de religión o de verdad. Sabe que la antinomia ciencia/religión es bocadillo para los opinólogos y para los fanáticos de una y de otra (así como también es consciente que estaba en una mesa rodeada de simpatizantes acérrimos de la primera), y sabe también que esa puja no tiene sentido cuando se llegan a esas preguntas en las que todo amante de un método o de un dogma, todo fiel creyente de la fe o de la evidencia, no pueden responder.
Hoy Eugenia está muy lejos del dolor de vivir oprimida por las reglas estúpidas de una escuela católica, de la bronca infantil y rebelde por el Señor de las Nubes, y por los hábitos inconcebibles de vida de los que habitan "bajo la fe".

Otra cosa que ya no la mueve y tuvo mucho lugar en la discusión, es ese pequeño peldaño tan frágil de la moralidad de las leyes. La moral se volvió algo tan flexible que desapareció en su vida, reduciendo su existencia a un conjunto de letras vacías, usadas por personas que dan demasiadas cosas por sentado; y las leyes se volvieron algo pequeño y deleznable, gracioso, como un ídolo de goma. ¿Es un argumento decir que está mal porque no es legal? ¿En serio, qué bondad irreprochable le estamos endilgando a las leyes humanas? ¿El juicio de quién enuncia la moral superior? ¿A quién mierda le importa todo eso?

Y todo eso pasaba por su cabeza sin hacer el ruido que hace ahora, como si en realidad no estuviera allí. No podía, porque en serio le era imposible, estar de acuerdo o disentir con alguien en ese lugar, si ni siquiera era capaz de coincidir en los conceptos que ya daban por sentado y usaban todo el tiempo para hacer entender sus irrevocables puntos de vista. ¿Cómo empezar a decir que estaban poniendo el punto final a una torre de naipes? ¿Dónde terminar un argumento así?
Un poco todavía sentía simpatía, un calor casi nostálgico, por el partido ateo, especialmente porque el bando contrario exhibía su kitsch de siempre, tan tendiente al sentimentalismo y a vedar todo argumento con el protocolo de los 'orgullos' y las 'ofensas'. Un poco, sí, pero no el suficiente como para decir una palabra, ni como para considerar apreciable alguna de las palabras repetidas, tan incansablemente repetidas que se reproducían allí.
Para ella esa discusión se había terminado hacía años.
Para mí, quiero decir, estas cosas ya no tienen más un negro y un blanco.

Todo se convirtió en una lente, tras una lente, tras una lente, que me permiten ver cientos y miles e infinitos grados de complejidad hacia adentro y hacia afuera de cada cosa, de cada supuesto atómo y de cada inabarcable universo. Todo, todo, tras la lente frenética que no me deja seguir hablando, que corre más rápido que las palabras y ya no me deja la paz de estar convencida de algo por un rato más.
La duda que no es metódica y no conduce ni busca a ninguna verdad, pero me impide estar relajada en la meseta de las cosas claras, y me obliga a relativizar tanto todo que ya nada es importante con respecto a nada, ya nada es, en todos los tiempos y en todos los casos, sino que cada pequeño gesto, sonido, concepto, sensación y palabra son abhängig, se relacionan caóticamente con todo y lo son todo y no son nada en mi mente y ya no importa y ya quiero estar tranquila y no me vengas a preguntar qué creo en la vida,
porque no creo nada,
no sé nada,
y me di cuenta que nada es realmente relevante,
y aunque me esté muriendo, porque es necesario un cosmos,
ya no puedo volver atrás.

Ya no puedo fijar el trípode y ya estoy lejos, muy lejos. Lejos de todo.

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