Ayer me sentía mal.
Bueno, no mal. No triste, tampoco. Estaba reflexiva, como en esta última época, pero encontrando el punto de fatiga final de esa reflexividad. Dando vueltas testarudamente sobre los mismos añejados conflictos, las mismas desgastadas variables, con una dosis extra de sufrimiento, causada por el desgaste de volver a pensar las mismas cosas, de volver a mirar los mismos problemas. Después del huracán, cuando todo se puso en órbita, era momento del milagro y resurrección.
Lo que pasa es que cuando estamos enfermos pasamos mucho tiempo solos, y nuestro principal problema no es que tenemos tiempo para pensar. No. El principal problema es que vamos perdiendo perspectiva.
Ahora me siento mejor.
De saúde, por suerte; y de vivir, también.
Se supone que relate qué es lo que hoy le sumó un poquito a mi día, pero me lo reservo. Una vez me enseñaron a no andar cantando las victorias, y nunca les hice caso. Empecemos hoy.
Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética. Milán Kundera
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