Vos sabés de estas cosas, entendés mi necesidad de volcarme sobre la prosa verborrágica de mi subconsciente y hacerla añicos contra la pared de tu mirada. De tus ojos negros, arriba-abajo, pensando la mejor respuesta para mis verdades desacartonadas, irrespetuosas y hechas de todo eso que vos también estuviste pensando y te dio bronca no haber puesto en palabras antes, antes que yo, antes de tener que escuchar tres frases deshilachadas de la boca del enemigo que te observa y te desarma.
Entonces me atacás con tus más sinceras mentiras, con tu confusión de vodevil, me hacés entrar al juego de todos para uno y uno para todos, al concilio de tus sonrisas y mis ojos entrecerrados buscando cómo subyugarte a mi crudeza y rasgarte las telas inconclusas de esos pensamientos improvisados que esperaban lo mejor y no lo consiguieron (y no lo van a conseguir, de más está decirte).
Maldigo que siempre estés vos en el medio entre lo que quiero y lo que puedo.
- Lo que quiero es un vos para mí, un vos fabricado por mí a la medida de las verdades que te tiro y espero que incorpores como propias, que deseo que no dudes un segundo y las adoptes, las ames y me ames por habértelas arrojado así (sin pelos en la lengua y esa cara de desenfreno demencial que antecede a la consciencia, que anticipa la esperanza y que se choca contra la realidad segundos después).
- Lo que puedo es mirarte, imaginar el impacto, locura sobre cordura y los dos a la vez pasándonos la pelota. Una neurona, otra, esa sinapsis que me dice que pensaste que me amás. La imaginación mentirosa, y vos y yo de nuevo, miradas en el sillón, decime-algo-no-seas-así.
¡No! Decime algo más, decime eso, eso que sé que pensaste recién, eso del amor y las magnolias.
Dale, apurate. Vos sabés que no existe el amor por la negación del odio y que la furia no se calma sin los besos que caminan por la noche y nos encuentran tirados en un sillón destartalado, cuatro ojos y dos miradas, antesala del encuentro de los besos, que se funden con nosotros y nos solucionan el problema aquí, allá y en todos lados.
Por eso,
vení, haceme creer que la distancia hoy no existe y que no somos más que dos locos desafiando a la lluvia que se cuela en el silencio,
en el silencio de dos bocas,
en el silencio en que se esconden tus mentiras atadas a las mías, armando caballitos de batalla, rompiendo contra las olas de ese ciclo sin principio,
ni fin.
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