No tenía sentido seguir esperando, la hora llegaba poco a poco y él no estaba dispuesto a aguardarla allí. Se encaminó con decisión hasta la palanca de expulsión y la miró con cierto desapego... jamás hubieran llegado a arreglar aquella máquina a tiempo. Puso la mano sobre ella y con un movimiento certero la bajó hasta su tope.
Segundos después empezó a sentir el inicio de un temblor en la cabina y prefirió salir.
Los miró a sus compañeros, a todos y a cada uno y muchos, al cruzarse con sus ojos, no pudieron evitar derramar algunas lágrimas silenciosas.
Mientras el calor de la explosión subía se aferró a uno de ellos, cerró los ojos y volvió a casa.
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