Si a Cortázar lo hubieran sobreanalizado tanto en su cara seguro no habría escrito un puto libro, che. Menos con esa naturalidad argentina de que todo te chupa un huevo porque en tus manos tenés la posta. La más limpia e indiscutible posta. Es cuestión de aceptar que entre lo sublime y lo risible somos todos unos mierdas también.
Me debato entre mentir y esquematizar o ir escribiendo lo que se me cante. Tener un plan siempre es empezar diciendo una parte de lo que se quiere decir y terminar mintiendo descaradamente sobre lo que se quería hacer. Yo sueño una unidad concentrada en el principio. Como un caño con el cauce tapado. Toda el agua ahí, atascada, esperando desembocarse y vagar con libertad, fluir. Pero eso nunca pasa.
Todo, todo junto, agobia, pero es un agobio magnánimo, sublime. Pero así no llegamos a nada. Quiero comunicar. Comunicarme, hacer conocer algunos rincones geniales de mi cabeza. ¿Qué verán los que no me ven? ¿Sabrán algo de esos rincones por el color (verde) de mis zapatillas, o por mi pelo, o como me inclino hacia adelante al caminar?
¿Vos qué sabrás de todo? ¿Entenderás algo de mí? Capaz sos de esos que al no entender nada apuntan a ciegas y cada tanto le pegan. Es más envidiable y más digno de admiración justamente por eso. ¿Cuántas chances tenías de pegar? Y capaz que hasta lo hacés igual. Un genio de la precognición.
Jazz. La puta bastarda del curso al que voy. Increíble como todo lo viejo se vuelve excelso, se eleva por la acumulación de polvo y nostalgia. Y después hubo que matar al viejo y elevado jazz con el rock, para después elevar el rock con los desencantos de la música electrónica, y estamos cada vez más cerca de elevarla por culpa de quién sabe qué nueva porquería.
Profanos hay en todos lados. Y me olvidé de tomarme una taza de café. Y ya es tarde como siempre. Me pregunto hace cuánto eso dejó de importarme. ¿Veré hoy al chico de ojos grandes y novia al margen?
No hay comentarios:
Publicar un comentario