4.8.14

Manual de caprichos, obsesiones varias



El amor tiene cara de fotografía tomada una noche cualquiera, en un gesto espontáneo, en una sonrisa sonámbula. El amor tiene cara de un mensaje de pronto, de dos mentes que se acercan y se encuentran por sorpresa, de una risa de costado.
El amor se encuentra de repente, en una mirada de soslayo o en un par de ojos que miran a otro par fijamente por instantes eternos, a la vista de todos, a la comprensión de nadie. El amor se halla allí, en el pequeño espacio entre dos bocas, en el calor de una mano sobre una espalda, o una cintura.

Está en todos lados cuando tus palabras corresponden a las mías y tu risa es sincera y leal. Cuando el cansancio no nos gana, cuando tenés miedo, porque sabés que estoy cerca, porque sabés que estás cerca.

Son muchas las ciudades y las luces que me llamaron a pensarte. Las esquinas se sucedieron y los kilómetros siempre se contaron de a cien, las fotos siempre fueron de noche y hubo algo en la sonrisa que no pude dejar de ver.

Hubo ojos pardos, celestes y negros. Hubo charlas, cafés y cerveza. También hubo soledad en compañía de una foto, un cuaderno y melodías encadenadas.
Desesperación.
Patetismo.
Malestares.

De repente no escuchabas bien por la música y pegaste tu rostro al mío mientras me acercabas, tan pequeña como era yo, a tu cuerpo. No pude evitar sentir el calor de tu cuello mientras te aferraba. Tu mejilla paseó varias veces por el contorno de mi boca.

Estabas feliz y reías, hablabas con muchos a la vez, y en varios idiomas. No podías resistirte a los encantos de nadie, pero algo nos hizo quedarnos a solas y que sólo me vieras a mí. Tus ojos felinos brillaban en la noche, pero vos decías que la luz provenía de mi sonrisa. Entonces yo sonreía y te dejaba recorrerme. La penumbra era aún suave cuando dejaste de mirarme y el brillo de tu mirada celeste se proyectó fría y lejana hacia otro lugar.

Nos conocíamos desde hacía años. El enamoramiento confuso y absorbente había dejado en su lugar un amor muy reposado y afectuoso. Tus dientes parejos y el increíble arco de tus cejas permanecían idénticos a pesar del tiempo. Siempre tu pelo cayó sobre tu frente con una gracilidad única, y siempre tus labios fueron rosados y carnosos, tus caricias delicadas y tus sinrazones encontraron su lugar entre las sábanas. Te miré con ternura, te acaricié la piel tan tersa y te dejé ir, con la certeza de amarte por eso mismo, más que nunca.

Me miraste con los ojos llenos de lágrimas. Tu perfume no me dejaba pensar, nunca eras el mismo sin él. Sabía que iba a extrañar que me tomaras fuertemente de la cintura y que todos tus movimientos fueran tan precisos como si vivieras tus caricias a través de mí. Sabía que iba a extrañar al sol de la mañana entrando por la ventana y descubriéndonos tan cerca. Con tu brazo sobre mi cadera y tu respiración sobre mi cuello expectante. Incluso mi cabello despeinado y mi media sonrisa de resignación no tendrían sentido una vez que te hubieras ido para siempre.

Pero ya tenías otro rostro desde hacía tiempo. Eras tan alto que no admirarte a la distancia y en silencio era imposible. Cada una de tus pecas estaba ubicada en el lugar exacto y todas ellas bailaban al unísono cuando me mirabas e inesperadamente sonreías. Eran tus ojos los que me encontraban en la distancia, y tus palabras en cada rincón del laberinto de mi mente. Y sin embargo, no podía más que mirar al piso y contentarme con una sonrisa a medias, con el calor de dos cuerpos bajo la lluvia helada.

Extrañé sin querer el tiempo en que decías que yo era distinta, que si pudieras quedarte, te enamorarías de mí sin dudarlo. Eché de menos los besos extraños y mis ojos negros intentando corresponder a tu mirada que aún no perdía la esperanza. Tengo mil libros con tu nombre, pero no puedo recordar el que me dijiste aquella vez, aquél por el cual jamás debería olvidarte.

Pero no te he olvidado, ni a vos ni a tus mil rostros, a tus mil colores. No es justo decir que te espero, porque siempre estás en algún lado, en alguna mano, en algún montón de letras que se las arreglan para ser nombre. En una historia, en un recuerdo, en un repentino volver a despertar.

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